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Le llamaban: Mamita Pura

Le llamaban: Mamita Pura

Tengo que hacer un esfuerzo para recordarla. Su figura en mi memoria está envuelta en la neblina del tiempo. Tengo que regresar en el tiempo 72 años para verla. De ella tengo impresiones, no una imagen precisa. Era una señora bajita, casi enana, que vestía de pollera y basquiña, se peinaba de trenzas y siempre llevaba un sombrero. Casi todo el mundo la llamaba Mamita Pura porque ejercía el oficio de partera y había ayudado a venir a este mundo a la mayoría de los lugareños, y por eso el apelativo, puesto que, en cierto modo, también había sido madre de los que nacieron asistidos por ella. 

En aquellos tiempos, el oficio de partera no era una profesión sino un servicio que se ejercía gratuitamente. Era de rigor que la familia beneficiada con sus servicios, casi siempre nocturnos, la recompensara con algo según sus posibilidades y todos los vecinos, a quienes ella había ayudado a salir del vientre materno, tenían la obligación de saludarla con el “bendito”, el saludo reservado para los padrinos.

El bendito se decía de rodillas delante de los padrinos y consistía en la proclamación en voz alta de fe católica. En aquellos tiempos, supongo que casi nadie sabía lo que estaba diciendo, pero era confesar los dos dogmas más acendradamente católicos: se alababa al Santísimo Sacramento del altar y a María Concebida sin pecado original. Terminado el bendito, el padrino bendecía al ahijado diciéndole: “que Dios lo haga un santito”. Algo que a mí no me resultaba atrayente. Para mí, los santitos eran las toscas imágenes que había en un altarcito en casi todas las casas. Yo no quería convertirme en uno de ellos.

Mamita Pura debió de haber nacido por los años ochenta del siglo XIX, por lo tanto, como adulta vivió durante la primera mitad del siglo XX. Una época de poca tecnología y sí de mucha técnica en el medio ambiente rural de Panamá. Para poder sobrevivir en ese tiempo había que dominar muchos conocimientos técnicos a nivel familiar, porque en casa se fabricaba la tela para los vestidos, se curtía el cuero para el calzado, se tejían los sombreros, se fabricaba jabón, y todo el ajuar de la casa. Había técnicas para la conservación de la carne y el pescado. Todo hombre y toda mujer debían saber cómo producir fuego con pedernal, eslabón y yesca y muchas más cosas importantes para mantener la vida.

En el presente, domina la tecnología que nos ha llevado a una situación inédita para la humanidad, porque según el filósofo francés Fabrice Hadjadj, “a cada proceso tecnológico le corresponde un retroceso técnico. La técnica es la destreza del campesino, del artesano, del artista. Y la naturaleza de la tecnología no lo es. Es más bien ciencia aplicada que produce aparatos cuyo fin es proporcionarnos una comodidad sin pasar a través de la destreza, simplemente pulsando unas teclas”. 

La tecnología no necesita de nuestras destrezas. Todo lo podemos conseguir con un simple “clic” y todo lo tenemos casi instantáneamente. Pensamos que somos más libres, pero, en realidad, somos más dependientes. Si se va la energía eléctrica, nos sentimos inmediatamente desamparados y perdidos puesto que dependemos de ella para casi todo lo que hacemos en el hogar. Ya no somos técnicos sino consumidores de bienes que producen otros. 

La tecnología nos conduce al consumismo que es una especie de religión que no promete una vida eterna, sino que nos ayuda a aturdirnos de modo que no pensemos en nada más que pasarla bien en esta vida.

No quiero dar a entender que la tecnología es mala, sino que es algo ante lo cual es preciso aprender a situarnos y no caer en la tentación del consumismo. 

La vida fue muy dura en los años en que vivió Mamita Pura, pero se sentían libres y dueños de la propia vida. En el presente, tenemos la tarea de reconquistar esa libertad y volver a sentirnos dueños de nuestras vidas. La pandemia que nos azota nos ha hecho conscientes hasta qué medida somos dependientes.