P. José-Román Flecha Andrés
Ese es el lema elegido por la Conferencia Episcopal Española para la celebración de la fiesta de la Sagrada Familia de este año 2020.
En la Biblia, la ancianidad merece un sincero respeto y gratitud. Así se desprende del consejo del Levítico: «Levántate ante el canoso, honra la persona del anciano y teme a tu Dios» (Lev 19,32). Desde los escritos apostólicos hasta hoy, la doctrina y la práctica bimilenaria de la Iglesia nos enseñan a prestar a los ancianos una atención respetuosa y agradecida.
De hecho, nuestra fe cristiana ha generado «una cultura de cercanía a los ancianos y el deseo de ofrecerles un acompañamiento afectuoso y solidario en la fase final de la vida».
El alargamiento de la vida y el espíritu del Concilio Vaticano II nos han llevado a comprender que los ancianos «no son meros destinatarios de la acción pastoral de la Iglesia, sino sujetos activos en la evangelización». Las personas mayores ejercen en la vida de la Iglesia una preciosa participación en el triple ministerio de Cristo.
- Nos transmiten el evangelio de la familia, al recordarnos el plan de Dios sobre el amor y sobre la vida.
- Nos dan cada día una espléndida lección de contemplación, de súplica y de intercesión.
- Y nos hacen presente la vocación humana al servicio, especialmente en la entrega a la familia, en los momentos de sufrimiento y de enfermedad.
Según los obispos españoles, en estos últimos años los abuelos han sido un apoyo para sus familias en tiempos de crisis y han cuidado a los nietos cuando era necesario. Además, son la memoria viva de la tradición y de la fe, apoyada por su enseñanza explícita y su testimonio silencioso.
Sin embargo, no debemos pensar que los mayores son solo un recurso para la Iglesia. Son también «el tesoro de la sociedad». Ellos «nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio». Bien lo hemos podido constatar a lo largo de este año, marcado por la pandemia del coronavirus.
Esta es la hora de demostrar que reconocemos la dignidad sagrada de la persona, a la que alude el Papa en su reciente encíclica Fratelli tutti. En un momento en que se planifica una política eutanásica, es necesario pensar y proclamar que «una civilización que descarta a las personas mayores tiene el virus de la muerte».
Es urgente organizar la alternativa de los cuidados paliativos. Con razón aconsejan los obispos que «cuidemos de los ancianos enfermos, porque el enfermo que se siente rodeado de una presencia amorosa, humana y cristiana, supera toda forma de depresión y no cae en la angustia de quienes, en cambio, se sienten solos y abandonados a su destino de sufrimiento y muerte».
Como la Familia de Nazaret, nuestras familias han de convertirse en auténticas «casas de caridad, guardianes del tesoro representado por los ancianos».