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Misericordia en tiempo de coronavirus

Misericordia en tiempo de coronavirus

La vida por lo general trae consigo pérdidas y desprendimientos; sin embargo, la emergencia sanitaria que ha propiciado el confinamiento y distanciamiento social provoca que el aguijón del dolor –ya de por sí difícil de soportar– se agudice cuando perdemos a un familiar o un amigo del alma, y no podemos despedirlo con dignidad.

Enfrentar la muerte de un familiar durante la cuarentena, sin posibilidad de acompañarle en sus últimas horas, ni despedirle o asistir a su funeral, hace que el duelo se convierta en cicatriz abierta, mucho más para quienes han optado por mantener las cenizas del difunto en casa. Creen que es bueno tenerlo cerca, cuando en realidad esto hace que el proceso de aflicción sea más duro, sobre todo en la primera fase, que es cuando se vive la negación por la pérdida.

Es por ello que desde la ternura la Iglesia, como Madre y Maestra, ha optado por ofrecer algunos de sus templos parroquiales a manera de depósito de estas cenizas –incluso a los no católicos–, para que cuando se levanten las medidas de contención establecidas por las autoridades de Salud, las familias puedan realizar sus funerales con dignidad.

Resulta importante recordar que: “Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia” (Instrucción Ad resurgendum cum Christo No.5).

La clave de todo lo dispuesto está en el Amor, y en el reconocimiento de que nuestros cuerpos, mediante el Bautismo, se han convertido en templos del Espíritu Santo. Custodiar esta vasija sacra, es una manera de hacer viva la comunión entre vivos y muertos, porque todos resucitaremos para la Gloria de Dios.