Venía del África, para ser precisos de un país teñido por la sangre derramada, la República Democrática del Congo (RDC), y de Gabón.
Allá estuvo durante cinco años, en los que le tocó vivir la transición congolesa, mediante la que el país intentaba pasar de la brutalidad tiránica de Mobutu Sese Seko a la democracia.
Con eso a cuestas nos llegó Andrés, el manchego, hijo de Cuenca y del alajú (postre tradicional de origen árabe que se elabora con miel, pan rallado, almendras, esencia de naranja y obleas) y que a él le gusta tanto.
Fue en 2009, medio año antes de que el gobierno cambiara de manos, y muy rápido se sumergió aguas abajo en el caudal del país y su cultura.
Un camino
A la pregunta ¿Cómo supo usted que el servicio diplomático en la Santa Sede era el llamado que el Señor le hacía, siendo sacerdote? Monseñor Carrascosa responde como desconociendo el talento que tiene para la empatía y para meterse en el corazón de la gente:
Carrascosa: Cuando llegó de Roma la petición de mi nombre a mi Obispo, éste me dijo: “Quien quiere servir no escoge el lugar del servicio”. Y hasta hoy… Nunca sentí que ése fuera mi sitio, pero me he fiado de Dios y trato de hacerlo lo mejor posible.
Para el periodista es ardua la tarea de entender cómo se compagina en la Iglesia la vocación en el servicio diplomático con la de ser cura, y Monseñor se abre camino al explicar el asunto con este tanteo: «Ayuda el entender que es un servicio a la Iglesia muy delicado, y por lo tanto pastoral, el colaborar con el Papa en la labor de representarle».
Monseñor Andrés Carrascosa Coso, ordenado obispo en 2004, antes del partir a África, nos cuenta que lo más difícil al entrar en el servicio exterior fue no tener una parroquia, pero con el tiempo supo arreglárselas para encontrar gratificación mientras ayudaba en las labores pastorales de alguna comunidad.
«Poco a poco fui entendiendo que en estas labores diplomáticas se sirve a Dios y a su Iglesia», dijo.
¿Nos podría hacer un recuento de sus años de servicio? ¿En qué países y por cuánto tiempo en cada comunidad?
NUNCIO.- Más de 3 años en Liberia (con Sierra Leona –país más pobre del planeta-, Guinea Conakry y Gambia), seis meses en Dinamarca (con Suecia, Noruega, Islandia y Finlandia, los más prósperos); 7 años en Secretaría de Estado en el Vaticano, trabajando muy cerca de San Juan Pablo II; 2 años en la ONU en Ginebra (Suiza), casi 5 años en Brasil, 3 en Canadá y luego, ya como Nuncio, casi 5 en Congo y Gabón y 8 y medio en Panamá.
¿Ha encontrado barreras, ya sea culturales o políticas en algunas de estas designaciones?
NUNCIO.- Culturalmente hay choques brutales, como de Liberia a Dinamarca o de Canadá al Congo. Lenguas diversas, climas, costumbres, comidas, todo… Pero lo importante es saber por “Quién” lo haces. Todo depende de tu vida espiritual. Eso hace que se superen muchas barreras.
Monseñor Andrés ha trabajado con tres diferentes Papas, y en cada uno encontró esas «señales de pista» que usa Dios para comunicarse con uno.
«A San Juan Pablo II le conocí bien y le traté muy de cerca, llevándole incluso documentos a su mesa para firmar. Era alguien que “estaba en Dios”, aun siendo muy normal», nos dice Monseñor Carrascosa.
Sobre Benedicto XVI, Carrascosa Coso lo perfila así: «era finísimo en el trato humano», muy cercano, y añade con suavidad y cariño una frase de hijo: «esta cercanía era algo que por su timidez no se percibe desde lejos».
Para el Nuncio Carrascosa «Francisco es un monumento al discernimiento, a buscar lo que Dios quiere de él y, a través de él, de la Iglesia». Añade que con el Papa argentino ha tenido 4 largos coloquios de trabajo.
Panamá
Cuando le anunciaron que debía venir a Panamá, cruzando el charco, dice casi con vergüenza que le sentó mal.
«No por Panamá, sino porque el Congo arriesgaba una guerra civil en el proceso electoral en curso y pensé que no era el momento de salir de allí», explica.
Asegura que la Palabra de Dios le ayudó, y revela cómo fue: «Al ir a celebrar la Misa esa tarde, encontré en el Evangelio estas palabras: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu Palabra”. Y al terminar la Misa escribí mi “sí”».
De los panameños dice que somos un pueblo cordial y comunicativo, además de muy religioso, y eso lo ve como un valor grandioso.
Sin embargo, asegura, nos falta caminar y crecer en el reto de la evangelización.
Dice: «Hay que pasar de un mero sentimiento religioso a una fe vivida y aplicada en la vida cotidiana».
Sobre Panamá como país, explica que la sociedad debe crecer en valorar la transparencia y en cuidar el bien común, superando la tendencia al «juega vivo».
¿Qué situación vivió en nuestro país que le marcó para bien y para mal?
NUNCIO.- «Viví momentos muy bellos y profundos, como las muy amplias consultas al pueblo de Dios para los nombramientos de Obispos. Y me dolió ver que en la vida social y política a veces prima el denigrar al otro en vez de exponer serenamente los propios argumentos».
¿Qué consejos dejaría a los obispos, al clero y a los laicos?
NUNCIO.- «Considero importante que el laicado sea consciente de que su misión es llevar el evangelio al mundo, a la sociedad, siendo levadura en la masa y comprometiéndose para generar un mundo más justo, y para ello Obispos y sacerdotes no deben tratar de clericalizar al laico, sino ayudarle a ser lo que debe ser».
¿Cuál es la principal «joya» que se lleva de Panamá?
NUNCIO.- Me siento muy feliz de ver la fraternidad sincera y profunda que hay entre los Obispos y entre ellos y el representante del Papa. La gente ve que nos queremos como hermanos y eso hace bien al alma.
En sus 8 años y medio de estar en Panamá, ¿qué extrañará más de este país y de la iglesia panameña?
NUNCIO.- Me sentí siempre querido por este pueblo y esta iglesia, pero nunca imaginé que me iba a sentir superado por tanto afecto: miles de mensajes y muestras de cariño. ¡Eso no lo olvidaré nunca!