Obediencia, palabra clave en la vida cristiana. Según explican las Sagradas Escrituras, la relación entre la humanidad y Dios se perdió precisamente por la falta de obediencia y, con el bautismo que instauró Jesús, volvemos a restablecer el orden que se había roto. Si nos consideramos, o al menos aspiramos a ser, hijos de Dios, esta semana se nos pide hacer Su Voluntad, a ejemplo de Jesús.
Esta obediencia y apertura a la acción de Dios afirma nuestra condición de hijos; es hijo quien obedece y se identifica con el Padre, tal como Cristo lo muestra en los
evangelios.
¡Pero cuánto nos cuesta! ¡Es muy difícil!
¡Demasiado sacrificio!
Pensamos así porque el contexto actual nos presenta al que obedece como menor, débil, prisionero del más fuerte y adinerado. En una cultura individualista, donde se busca la afirmación de sí mismo sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia.
Pero para un cristiano el punto de referencia es Cristo. Es el modelo a imitar. Y Cristo quiso, Él mismo, obedecer. Dios se hace hombre y quiere someterse a unos padres (María y José) muy santos pero muy inferiores a El; a las leyes religiosas (se circuncida, asiste al Templo…); a las autoridades civiles (nace en Belén por cumplir con un censo, paga impuestos…). Además lo enseña: presenta la obediencia como una virtud fundamental para sus discípulos.
Y los primeros cristianos así lo entendieron, valoraron y vivieron. Hoy nos corresponde seguir ese camino, y disfrutarlo.
¡Ánimo!