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Produzcan el fruto de una sincera conversión

Produzcan el fruto de una sincera conversión

Perdemos de vista, en ocasiones, que el tiempo no está a nuestro favor, sino todo lo contrario.

 

Por Roquel Iván Cárdenas

En el Evangelio encontraremos, de manera reiterada, la analogía en la que se compara a los seguidores de Cristo con una planta que debe dar frutos a su tiempo.  En un ambiente agrícola, el pueblo comprendía con facilidad el hecho de que el agricultor se esfuerza por cuidar la planta y proveerle de todos los recursos necesarios para que le proporcione el fruto deseado.  Incluso, en algún pasaje del Evangelio, Jesucristo habla de una planta que no da fruto y que el dueño del sembradío ordena cortar. Sin embargo, el trabajador le pide al dueño más tiempo para prepararla y darle más abono a la tierra, tener más cuidado con ella, para darle la oportunidad a que pueda dar frutos.  Es claro que se le iba a dar esa oportunidad para que el año siguiente diera el fruto esperado, de lo contrario sería cortada.

 

“Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás, Lucas 13, 8s.

 

Como nos exhortaba el precursor del Mesías, cuando urgía a estar preparados para la venida del Cristo. “Produzcan el fruto de una sincera conversión…”, Mateo 3, 8.

El Padre Celestial, en su Hijo unigénito, nos manifiesta su amor misericordioso, nos llama a seguir sus pasos convirtiendo nuestra existencia en un don de amor. Y los frutos del amor son los “frutos dignos de conversión” a los que hacía referencia Juan Bautista, con palabras tajantes.

La venida de Cristo interpela nuestra pasividad y la necesidad urgente de dar frutos de una verdadera conversión a Dios.