Reflexión sobre el evangelio del IV Domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Fuente: Catholic.net
Nos regala el Señor en este cuarto domingo del Tiempo Ordinario una Palabra estupenda y profunda para reflexionar, meditar y acogerla en el corazón, con el fin de poder llevarla a la práctica y vivir unidos a Cristo. Así, continúa el Señor hoy con la llamada a la conversión que nos hacía la semana pasada. Personalmente, me ayuda el versículo del Salmo Responsorial, que rezamos todos los días con el Salmo Invitatorio en el inicio de la Liturgia de las Horas. Me refiero al versículo «Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94,7-8), ya que me invita a tener el corazón dispuesto a escuchar y a obedecer lo que quiere el Señor de mí por medio de esta Palabra.
La pregunta que da título a la reflexión se la realiza a Cristo un demonio que se encuentra en el interior de un hombre poseído, y me llama la atención porque el demonio expresa la cualidad característica de Dios, la santidad, y expresa temor al percibir el poder que tiene Cristo de destruirle: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios» (Mc 1,24). Así, el milagro del exorcismo que realiza Cristo muestra un signo de la victoria pascual de Cristo sobre el maligno y la muerte. Así, mente mientras escribo esto, viene a mi mente el pasaje del evangelio de San Juan: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera» (Jn 12,24).
Por eso, esta Palabra de hoy vuelve a evocar en mí la idea del combate que tiene lugar entre los dos bandos bien definidos: El Señor y el maligno, y hace el Señor una nueva y seria invitación a aceptar formar parte de su bando en este combate. Porque tal y como dice el mismo Jesucristo: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24). Y San Pablo dirá en una de sus epístolas: «Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas» (Ef 6,11-12).
Hoy el Señor se revela con poder para destruir al maligno: «Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio.
Así, el Señor nos recuerda hoy la llamada que nos hace a participar de la santidad de Dios: «Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo» (1 Pe 1,14-16), combatiendo contra aquel que presenta a los ídolos todos los días con sus engaños y mentiras con el fin de ofrecernos la felicidad pero que lo que nos producen es un sufrimiento atroz si caemos en la tentación, mientras que el Señor concede paz, alegría y paciencia en la cruz gratuitamente: «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 6,22-23).
Así, hoy el Señor se revela con poder para destruir al maligno: «Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3,8). Tan sólo pide rectitud de intención y querer seguirle a Él, pasar a formar parte de su bando. Así, Él lo llevará a cumplimiento: «Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Por tanto, la Palabra de hoy nos hace presente lo que el Señor quiere de nosotros, llamándonos a una intimidad seria y profunda con Él renunciando a lo que no es de su agrado: «Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,10-11); « ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4).
Por tanto, nos recuerda el Señor con la palabra de hoy la primera Palabra de Vida que manifestó a Moisés: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-5), por lo que es necesario romper con la idolatría, que tanto sufrimiento produce: «¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (1 Co 10,19-21). «Por tanto, amados míos, huid de la idolatría» (1 Co 10,14).