Lc 22,39-71 Jesús y sus discípulos después de haber celebrado la Pascua, de haber establecido la Eucaristía, de haber anunciado la traición de Judas y la negación de Pedro, se van al Monte de los Olivos (Lc 22,39). Judas ya no está, se fue para entregarle. Y Pedro sigue sin entender lo que Jesús le dijo (lo entendería más tarde y lloraría).
Allí Judas lo entrega. Más tarde Pedro lo niega. Los restantes discípulos huyen y lo abandonan. Pronto llegará el maltrato y el juicio. Las horas más difíciles en la vida de Jesús han comenzado.
Jesús sabe de la traición y que ha llegado el momento. Por eso recomienda a los discípulos “pedid que no caigan en tentación” (Lc, 22,40-42). ¿De qué tentación se trata? La tentación de querer salvar su propia vida y traicionar el proyecto de Dios. Pero Jesús, fiel hasta el final, vence esta tentación “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Cuando termina de orar ¿cómo encuentra a los discípulos y qué les dice? (vs.45-46). Dormían a causa de la tristeza. ¿Sabes qué significa? Estaban deprimidos por la angustia que sentían. La depresión surge cuando experimentamos la pérdida real o imaginaria de algo. Jesús aún estaba con ellos, pero los discípulos ya lo sentían perdido. El maestro se iba. Lo condenarían, lo matarían y la historia terminaría.
Pero a pesar de encontrarlos dormidos por la tristeza que tenían Jesús no los reprende, por el contrario, los alienta a orar y a velar. Así es Jesús. Llega la multitud y judíos al frente como guías, Judas traiciona al maestro con un beso.