A veces tendemos a juzgar desde nuestra realidad, nuestros patrones morales, y mucho más desde nuestros prejuicios. Hoy Dios nos enseña a respetar y amar a todos.
Alguna vez una persona se quejaba de una pareja de esposos que eran conflictivos y malintencionados. En cada grupo de trabajo en el que se vinculaban, terminaban creando problemas e insidias.
El guía espiritual de aquel grupo les dijo que no era buena idea expulsarlos de la comunidad. Que la estrategia a seguir debía ser el amor y el respeto, tratando de aminorar los daños que ellos pudieran provocar.
Cuando se le preguntó por qué tanta tolerancia, el guía señaló que era mejor tenerlos cerca, que en la comunidad se le soportaría mejor que en otro lugar, donde tal vez harían más daño a quienes no estén formados.
Al guía se le alabó por tan elevada sicología, a lo que él respondió que no era sicología, sino compasión y ejemplo que dejó Jesús, cuando usó la parábola del trigo y la cizaña.
A veces hacemos más daño cuando descartamos al otro porque es insoportable, diferente o problemático. No nos ponemos a pensar que tal vez lo que necesite es tener a alguien quien, con amor y ternura, evite que haga más daño en otro lado.
Esta semana, pues, el Señor nos está invitando al amor, a ese que algunos llaman sacrificio, porque implica morir un poco a nuestra comodidad para aceptar al otro, ese que se comporta diferente y dice cosas que no nos gustan, y que tal vez vaya mejorando a consecuencia de nuestro ejemplo y entrega.