San Agustín: una santidad carismática

San Agustín: una santidad carismática

P. MIGUEL ÁNGEL KELLER, OSA 

Las palabras carisma/carismático se usan mucho en el lenguaje religioso, a veces con un sentido polémico o sesgado (carisma como lo contrapuesto a la institución, o carismático como sinónimo de extraordinario, milagroso y espectacular). En realidad, carisma significa simplemente don de Dios. Todos los santos son personas carismáticas, recibieron de Dios el don de entender y vivir el Evangelio de una forma concreta y acertada, que ha enriquecido a la Iglesia y merece la pena ser continuada y actualizada. Así, el carisma agustiniano es un don de Dios a su Iglesia y a la humanidad: una forma peculiar de ser cristiano o cristiana, de vivir la santidad tal y como el mismo Agustín entendió y vivió el Evangelio. 

La espiritualidad agustiniana  se caracteriza, como modelo de santidad, por tres rasgos básicos: interioridad, comunión de vida, y servicio a la Iglesia.

  1. Interioridad: al ser humano perdido y alienado que vive hacia fuera, le invita Agustín inspirado en su propia experiencia a entrar dentro de sí: «No andes por fuera, entra dentro de ti: en el hombre interior habita la verdad. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, pero no olvides que al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos, allí donde la luz de la razón se enciende» (Sobre la verdadera religión 39, 72). Unas palabras  que invitan a “volver al corazón”, a entrar dentro de sí mismo, a la profundidad, a la interioridad.

La interioridad  agustiniana no es simple introversión, actitud intimista, encerramiento solitario, egocentrismo narcisista, desprecio de lo material, ni desentendimiento de la historia concreta con sus problemas reales. Es “entrar dentro de sí mismo” no para encerrarse, sino para trascenderse y pasar:

  • De lo exterior a lo interior (entrar dentro de sí mismo).
  • De lo interior a lo superior (trascenderse a sí mismo, pasando de lo sensible a lo espiritual).
  • De lo superior a Dios (de las verdades de la razón a la Verdad de Dios).
  • De Dios, nuevamente, a lo exterior (nueva visión, de sí mismo y de la realidad, iluminada por la fe).

El materialismo y la superficialidad que impiden el autoconocimiento profundo y la reflexión consciente, el racionalismo que se cierra a la trascendencia y prescinde de la fe, y el espiritualismo que confina a Dios al ámbito de lo subjetivo o lo “religioso” ,son por eso desviaciones empobrecedoras del sentido y valor de la interioridad agustiniana. 

  1. Comunión de vida: bajo diversas formulaciones (comunidad, vida social, amistad, koinonía, comunión y participación, compartir…), lo comunitario marca y caracteriza siempre la experiencia y el pensamiento agustiniano. “Una sola alma y un solo corazón en y hacia Dios», la famosa frase del comienzo de su Regla, es seguramente la mejor expresión  convencimiento básico de Agustín: no hay ninguna manera más plena de ser persona y de ser cristiano que vivir en comunidad.   

 «Necesitamos de los demás para ser nosotros mismos», pues «es un destierro la vida sin amigos»(Com.  al s.  125, 13; Sobre la fe 1,2), afirma Agustín, que no se cansa de profundizar en la riqueza ANTROPOLÓGICA de la comunión y la amistad, en su dimensión TEOLÓGICA, (el otro como lugar privilegiado y auténtico del encuentro con Dios) y en las consecuencias positivas de su realización HISTÓRICO-SOCIAL, (justicia y paz fundamentadas en la solidaridad fraterna y el compartir).

  1. Servicio a la iglesia: la auténtica comunidad enriquece a la persona y nunca es cerrada, según Agustín, que -en sus escritos, y sobre todo con su vida- dejará bien clara esta característica actitud de apertura y servicio.  Ser «servidores de la Iglesia», (Sobre el trabajo de los monjes 29, 37), era para él la más feliz expresión de su ideal de vida. 

  Desde su inicial proyecto de vida cristiana, preferentemente contemplativa, San Agustín descubrirá progresivamente, y aceptará generosamente el compromiso de la actividad al servicio de la Iglesia, “el servicio que debo a mi pueblo”. Nunca pueden anteponerse los propios intereses o la simple tranquilidad personal a las necesidades de la Iglesia, «pues si no hubiese buenos servidores dispuestos a asistirla cuando ella da a luz, no hubiéramos encontrado ningún medio de nacer», (Cart.  48, 2).

El que ama, goza sirviendo; el amor auténtico, actúa y sirve, (cfr. La bondad de la viudez 21,16). “El que no ama, carece de razones para actuar”, mientras que quien ama realmente está motivado para el compromiso responsable y la libre aceptación del servicio, (Com. al  Ev. de Jn. 82,3). De ahí que, para el verdadero creyente, la Palabra de Dios no sea únicamente para ser escuchada y meditada, sino sobre todo para vivirla, practicarla y testimoniarla. 

Cerca ya de la fiesta de San Agustín, les invito a recordar su carisma, su modelo de santidad, para ser discípulos misioneros hoy.