“No importan los motivos por los que tomé esa decisión. Yo aún lloro a mi hijo y no sé a qué basurero ir a visitarlo. Quizá me baste con poner unas flores en el basural de mi conciencia. Debí atreverme a ser padre. Debo arrepentirme hoy que nada puedo hacer; sólo pedirle a Dios y a mi hijo que me perdonen”.
Este testimonio es uno de las tantos que exponen en el libro: ¿Dónde está mi hijo?. Una obra que comparte historias de dolor de personas que han sido atendidas por el Proyecto Esperanza.
Los protagonistas de estas historias? Mujeres y hombres que acudieron pidiendo ayuda, confiando su secreto más íntimo a este programa, que cuenta con la aprobación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Adriana Avendaño, una de las cofundadoras del Proyecto Esperanza señala que fue creado hace 20 años, hoy en día presente en toda América Latina.
Su objetivo principal es acompañar pastoralmente aquellas mujeres y hombres que han pasado por la experiencia de haber abortado un hijo. “Nuestra prioridad son ellas, quienes interrumpieron su embarazo voluntariamente, pero también apoyamos a quienes pasaron por una pérdida espontánea” explicó Avendaño.
La misma Adriana vivió esta experiencia de dolor que supo sanar gracias a la guía de un sacerdote. Le hizo entender que su misión a partir de ese momento era defender la vida.
“A esa persona que está arrepentida de haber provocado la muerte de su hijo, la guiamos para que pueda hacer un camino de sanación y perdón con ella misma y con todas aquellas personas que se vieron involucradas en su aborto” aseguró.
La meta es lograr en varios sesiones que la madre como segunda víctima del aborto pueda encontrarse espiritualmente con el hijo, quien es la primera víctima y así devolverla a la Misericordia del Padre.
Daysi Guevara, secretaria ejecutiva de la Comisión Arquidiocesana de la Pastoral Familiar señala que desde hace años esperaban que este proyecto llegara a Panamá.
“Hoy es un hecho, nos reunimos en la Ciudadela de Jesús y María de Colón del 15 al 17 de marzo, una delegación compuesta por agentes de cinco diócesis del país, estuvimos atentos profundizando; la idea es capacitarnos como futuros acompañantes” señaló Guevara.
Reconoce lo delicado del tema, por eso iniciaron estas primeras formaciones. En Chile y en otros países donde trabajan con este programa, el servicio es brindado por profesionales tanto sacerdotes como seglares con un enfoque pastoral de acogida.
“Hablamos de un acompañamiento confidencial, con herramientas sicoterapéuticas, gratuitas a las personas que padecen las secuelas post aborto” dijo.
Heridas causadas también por la sociedad
El libro utilizado en el programa expresa que el aborto destruye al nuevo ser formado dentro del vientre de la madre y deja un profundo vacío en la mujer, provocando en ella culpa, dolor, soledad, remordimiento y rabia. Sufren de ansiedad, pensamientos obsesivos con el hijo, trastornos en los hábitos alimenticios, alteraciones de sueño, depresión, desajuste en las relaciones familiares y demás personas.
El hombre por su parte podrá negar su tristeza pero interioriza el sentimiento de perdida, expresando ira, agresividad, su sentimiento de culpa no le deja amar ni ser amado.
Ante este escenario el sacerdote Jamed Pacheco, capellán del Hospital Santo Tomás manifiesta que es necesario abordar al ser humano en una integralidad. “Antes de actuar, veamos el contexto de la mujer que tomó una decisión como esa”.
Para el capellán, la muerte de un niño y la salud de una persona que se complica en un hospital por provocarse un aborto, denota falta de afecto e indiferencia de una sociedad que no promueve la vida.
“Decimos que nos encantan los niños, pero preguntémonos: ¿cómo reacciona la familia cuando una joven dice que está embarazada?. Más allá del dolor que produce el aborto, permanece el dolor de no haber sido aceptada, no le brindaron la mano para salir adelante o quizás fue abandonada por la persona que ama. Existe una doble moral respecto a la postura de la promoción de la vida ” afirmó.
Unificar esfuerzos
San Juan Pablo II emitió un mensaje para aquellas mujeres que han pasado por la triste experiencia del aborto: “Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida”. El Proyecto Esperanza recién llegado a Panamá y otras iniciativas que se vienen trabajando desde la Iglesia Católica materializan estas sabias y acogedoras palabras, que hoy se proyectan en las líneas pastorales para toda la Iglesia de América Latina y en las líneas pastorales del documento de Aparecida.
En el numeral 469 señala:“Apoyar y acompañar pastoralmente y con especial ternura y solidaridad a aquellas mujeres que han decidido no abortar, y acoger con misericordia a aquellas que han abortado para ayudarlas a sanar sus graves heridas y para invitarlas a ser defensoras de la vida. El aborto hace dos víctimas: por cierto el niño, pero también la madre”.
El padre Jamed Pacheco asegura que en Panamá estamos a tiempo de aunar esfuerzos, “urge una Pastoral de la Salud que real-mente integre todas las iniciativas que el mismo Espíritu Santo va suscitando en medio de la comunidad cristiana”, dijo.
Asegura que en el mundo del dolor son pocos los que quieren aportar, hay laicos que se han sensibilizados por alguna experiencia y están sirviendo por su lado, trabajan los procesos de duelo, la resiliencia.
También existen sacerdotes y religiosas con proyectos enfocados en el tema. Por otro lado el Centro San Juan Pablo II está aportando su granito de arena ayudan-do a jóvenes embarazadas, para que desistan de la idea de abortar.
Pacheco destacó la necesidad de tener una visión en conjunto, de compartir experiencias para lograr resultados más óptimos. “Estamos llamados a proponer una Pastoral de la Salud que apueste por el acompañamiento del enfermo, de la familia y del personal colaborador. Es mucho más que sacramentalismo o ritualismo” acotó