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Santidad cristiana

Santidad cristiana

Dentro de la enorme riqueza contenida en las diversas alocuciones del Papa Francisco durante la celebración de la pasada Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, es preciso recordar especialmente su afirmación fundamental: “El cristianismo es Cristo”. Para los jóvenes y para todos, en Panamá y en el mundo entero, entonces y hoy, EL CRISTIANISMO ES CRISTO.

Cristiano viene de Cristo, como panameño viene de Panamá. No puede haber cristianismo sin Cristo, Él es el centro de la vida cristiana, el camino, la verdad y la vida de quienes creemos en Él. Ser cristiano es creer en Cristo, adorarle y amarle, seguirle y obedecerle, ser sus testigos, vivir “por Cristo, con Él y en Él”. Y también como Él, siguiendo sus huellas, cumpliendo el mandamiento del amor, gastando la vida al servicio de la causa del Reino. Benedicto XVI lo dijo clara y rotundamente en una frase que recoge el Documento de Aparecida: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DA 12).

La vida cristiana, la santidad cristiana, está centrada en Cristo. Es nuestra misión en Cristo, “tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio», «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros»” (Gocen y alégrense, GE 20).

“El designio del Padre es Cristo, y nosotros en él. En último término, es Cristo amando en nosotros, porque «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida». Por lo tanto, «la santidad se mide por a estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya». Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo” (GE 21).

Todos los santos son modelo e intercesores, pero el único modelo perfecto y el único que salva es Cristo.

misterio», «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros»” (Gocen y alégrense, GE 20).

de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su

Todos los santos son modelo e intercesores, pero el único modelo perfecto y el único que salva es Cristo. Francisco insiste en ello, para evitar posibles desviaciones. Ser santo no es simplemente parecernos a otros santos, es parecernos a Jesucristo y ser su reflejo en el mundo de hoy.: “Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23).

Es muy bueno leer y conocer la vida de los santos, pero es imprescindible leer y conocer el Evangelio. Hacer realidad el encuentro con Jesucristo, presente en la Iglesia especialmente en tres momentos o lugares concretos:

– en la Sagrada Escritura, especialmente los Evangelios, leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio de la Iglesia, profundizada en la meditación y la oración

– en la Liturgia, especialmente la Eucaristía, que encierra en sí una múltiple presencia de Cristo: en el celebrante, en los sacramentos, en su palabra, en la comunidad, en la “presencia real” eucarística…

– en las personas, especialmente en los pobres, con los que Cristo se identifica El encuentro con Jesucristo nos hace saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Es un encuentro vital, que nos introduce en las dimensiones más profundas de la vida: gracias a él recibimos una nueva comprensión desde la fe de la persona humana, del cosmos, de la historia, de la Iglesia y, por supuesto, del mismo Dios, que se hace cercano y accesible en su misterio.

La santidad es encuentro auténtico con Cristo y aceptación de su persona y de su amor, que da frutos de conversión (vida nueva coherente con la fe, también en su dimensión social y renovada permanentemente), comunión (fraternidad, comunión con Dios y los hermanos en la Iglesia y en el mundo) y solidaridad (de acuerdo a la doctrina social de la Iglesia y la opción preferencial por los pobres)