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Ser diferente hace la diferencia

Ser diferente hace la diferencia

Cierto día, al leer la siguiente oración: “Tener una vida marcada por el diferencial de la fe y de mi vocación es seguridad del cultivo de un feliz y fecundo futuro para nosotros, para nuestros hijos, para la iglesia y para la humanidad.”

Delante de tan sabia premisa, empecé a cuestionarme sobre qué me hacía diferente, que había en mi vida qué me hacía distinto de las personas en el mundo.

Ya que para la sociedad lo “distinto” suena como algo o alguien que es raro o fuera de los patrones sociales, estéticos o morales. Soy diferente porque elegí nadar contra esa corriente del mundo que trae olas de alegrías ilusorias, de felicidades pasajeras. 

Soy distinto porque me sumerjo en ese inmenso mar de amor concreto, real, infinito, eterno. 

Me diferencio porque siendo amado y salvado por Dios, fui elegido por Él para hacer parte de ese pueblo que marcha rumbo a los dolores y sufrimientos de la humanidad con coraje, renuncia y disposición, guiados por la constante brisa del amor y sustentados por los vientos infinitos de la misericordia.

Soy diferente porque encuentro sentido en la constante búsqueda por vivir una vida sobrenatural, apegado en la certeza de que Dios que me ha llamado, es el alimento que necesito y me basta.

Me hago distinto por ser cristiano, y eso hace parte de mí, de mi naturaleza, de lo más íntimo de mí ser.

Por fin, entendí que hay una gracia extraordinaria en ser diferente, porque es el amor de Dios que me hace así. Si eso es ser extraño, yo soy el ser más raro que pueda existir.