Ser sal y luz en casa, el barrio y la iglesia

Ser sal y luz en casa, el barrio y la iglesia

Esta semana se pide a todos los cristianos hacer la diferencia. Evitar que la corriente de tanta indiferencia y egoísmo nos atrape, y convertirse en iluminación y sabor, en fuente de todos los colores posibles, en un mundo cada vez más gris y triste.

Tanto la sal como la luz son elementos necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas, conserva los alimentos, purifica. Incluso en la antigüedad servía para encender y mantener el fuego de los hornos de tierra.

Como sabemos, la luz disipa las sombras, ilumina y orienta a las personas. Los investigadores han llegado a determinar que la luz ayuda a disminuir la capacidad de los mosquitos que transmiten enfermedades. Diez minutos de luz los inhibe hasta por cuatro horas.

Es decir, la luz propicia también la vida. Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús. Eso implica combatir el mal  aunque sea dentro de nuestra propia casa, en el vecindario y de la misma Iglesia. Eso es ser luz y sal, porque así como sana las heridas, la sal también arde cuando se pone sobre ellas.

Los crisitianos tenemos, pues, la misión de mantener el sabor y la luminosidad de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar del mundo, empresa que únicamente se logra por medio de una conciencia plena de la necesidad de fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos.

Ciertamente que la denuncia del mal tiene que ser por amor, un amor probablemente conflictivo, que encontrará resistencias. Pero e amor no es capaz de callar de forma cómplice, cuando se siente en la obligación de combatir el mal, precisamente por amor. ¡Ánimo!