Ser santos en comunidad

Ser santos en comunidad

P. MIGUEL ÁNGEL KELLER, OSA 

La dimensión comunitaria es una característica fundamental de la vida humana. Aristóteles definía al ser humano como un “animal social”. Y el Creador proclamó, antes de dar a Adán la compañía de Eva, que “no es bueno que el hombre esté solo”. Lo que no quiere decir que todos tenemos que casarnos, pero sí que todos estamos llamados a vivir en comunidad. Por eso tememos tanto a la soledad, que nos deshumaniza y entristece. Por eso una persona huraña, encerrada en sí misma, incapaz de relacionarse con nadie, que se niega a compartir la vida, se deshumaniza siempre y con frecuencia desarrolla alguna anormalidad psicológica.

Y lo mismo ocurre con la vida de fe. La santidad es un camino comunitario. Yahvé Dios llama a la santidad a un pueblo, no a individuos aislados. Jesús de Nazaret no anuncia el Reino en solitario, sino con un grupo de discípulos. Lo primero que hace es formar esa pequeña comunidad, que le acompaña y a la que cuida e instruye con esmero. Y lo único que deja tras la Ascensión es también una comunidad asistida por el Espíritu para continuar su misión. Los primeros cristianos de Jerusalén, según los Hechos de los Apóstoles, se distinguen precisamente por su fraternidad comunitaria, con una sola alma y un solo corazón, compartiendo todo. 

Definitivamente, la mejor forma de ser persona, de ser cristiano, de buscar la felicidad, de encontrar a Dios y de servir a la Iglesia no es nunca en solitario, sino de dos en dos o en comunidad. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad, como fue el caso de san Benito y santa Escolástica, o aquel sublime encuentro espiritual que vivieron juntos san Agustín y su madre santa Mónica: «Cuando ya se acercaba el día de su muerte ―día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos―, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos […]. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti […]. Y mientras estamos hablando y suspirando por ella [la sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón […] de modo que fuese la vida sempiterna cual fue este momento de intuición por el cual suspiramos»”. (Francisco, Gocen y alégrense, GE 142, citando las Confesiones de San Agustín).

 La historia de la santidad cristiana está llena de ejemplos de santidad comunitaria. Podíamos decir que ese es el camino normal de la santidad, sin necesidad de milagros o cosas extraordinarias, que también se dan en ocasiones. “La vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo. Recordemos cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles. El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta. El pequeño detalle de que faltaba una oveja. El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas. El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio se demora. El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes tenían. El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada”(GE 143.144). 

Uno de los grandes errores de la cultura actual es por eso la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás. Nuestra experiencia nos dice que es difícil sobrevivir en el mundo de hoy contra el poder del mal, el egoísmo y la desintegración social, si permanecemos solos y aislados. La sabiduría bíblica advierte “Ay del solo, porque si cae no habrá quien le ayude a levantarse” (Eccl. 4,10); y el deseo de Jesús es «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21). Hasta que el nosotros comunitario no se anteponga al yo del individualismo o afán de protagonismo, no estaremos realmente en el camino de la santidad.