Muchas personas viven sumergidas en amarguras del pasado o con miedos por lo que podría pasar en el futuro. Llevan pesadas cargas de odio, pesimismo y rechazo a cambiar de actitud, y a su vez generan: división, violaciones a la dignidad humana y desconfianza en las generaciones futuras. Tienen una ceguera que les impide ver el actuar de Dios.
En la catequesis hay que caminar juntos, mano con mano, ayudándonos y sanándonos unos a otros; empezar por nosotros mismos hoy, poner nuestra atención en el momento presente, estar atentos a las realidades de cada uno y las del grupo, escuchar las enseñanzas de Jesús, profundizarlas y proponer un actuar distinto. Es así que vamos afrontando la verdad acerca de lo que estamos viviendo, seguros de que con cada paso que demos confiando en Dios, lo mejor esta por venir.
Jesús en las parábolas del grano de mostaza y la levadura, indicaba que seria necesario el crecimiento de la fe y el desarrollo de cada persona para seguirlo en medio de las dificultades. Esta fe de la que habla Jesús implica confiar en que Dios está presente aquí y ahora, no sólo en la vida privada, sino también en las vidas de todas las personas que forman la sociedad en que vivimos. Confiando en que es un Padre amoroso, tal vez no hará lo que nosotros queremos, pero es nuestro Padre y nos ama inmensamente, por eso, la verdadera fe incluye orar para que se cumpla la su voluntad.
Los catequistas, al preparar cada encuentro, ofrecen a los interlocutores, como un lienzo en blanco y una amplia variedad de oportunidades para responder a la llamada de Dios, como escogiendo libremente los colores: el perdón, el respeto, aceptación mutua, errores y aciertos, y otras acciones que van acrecentando la confianza en Dios Padre por medio de Jesucristo, hasta que se va revelando la obra maestra de arte que Dios va haciendo con cada persona en libertad. La obra de Dios.