Iniciamos el itinerario cuaresmal en el que todos los fieles renovamos la gracia recibida en el bautismo.
Por Mons. Rafael Valdivieso M.
Para los cristianos, y en particular, se inicia un período especial de reflexión y autoevaluación para enfrentar con toda propiedad el drama y el misterio clave de nuestra religión: Muerte y Resurrección del Hijo de Dios.
Como la relación con Dios es un sentimiento íntimo, personal, cada hombre, cada mujer, cada ser humano, la época de Cuaresma es la más propicia para preparar ese encuentro. Es un camino exigente que implica renuncias. Un esfuerzo que no se dirige solo a la transformación interior de los individuos: contribuyen a la conversión de todas nuestras relaciones, las que mantenemos con nosotros mismos, con el prójimo, con los pobres, con Dios, con toda su Creación.
La Cuaresma es también un proceso comunitario. La llamada a la conversión se dirige a todas las comunidades eclesiales y debemos apoyarnos mutuamente en el cumplimiento de nuestros compromisos teniendo muy en cuenta que los tres pilares de la Cuaresma son: limosna, oración y ayuno.
En su mensaje para la Cuaresma de 2008, el papa Benedicto XVI las describió como tareas específicas que acompañan concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior.
En el mensaje para Cuaresma de este año 2024, el papa Francisco lo reafirma. “La oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan”.
Esta Cuaresma, tratemos de hacer de estas tres prácticas -la oración, el ayuno y la limosna- parte de nuestra vida diaria. Dejemos todo aquello que nos aparte de este propósito.
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, saldremos de las ataduras opresoras que debemos abandonar. La fe y la caridad nos enseñan a caminar y, al mismo tiempo, nos arrastra hacia adelante.
Cristo antes de comenzar su misión salvadora se retira al desierto cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió su propia Cuaresma, orando a su Padre, ayunando…y después, salió por nuestro mundo repartiendo su amor, su compasión, su ternura, su perdón.
Nos preparamos, por tanto, durante cuarenta días con una serie de prácticas que nos permiten despojarnos del hombre viejo, para renovarnos en el espíritu y revestirnos de un hombre nuevo creados a imagen de Dios en la justicia y santidad.
Con disposición de corazón preparemos este tiempo para vivirlo con la confianza puesta en aquel que en su misterio pascual se entrega a la muerte y muerte de cruz para darnos la salvación. Solo en Jesús nuestra humanidad tiene esperanza.
Hoy el pueblo panameño, devoto por tradición, expresa en ese fervor profundo y conmovedor por el Santo Cristo de Atalaya, sus sentimientos de búsqueda, confianza y amor a Dios.
Después de esta fiesta, bueno es seguir con decisión y entusiasmo el sendero de acercamiento a Dios lo cual debe traducirse en más responsabilidad con nuestra iglesia, y nuestra propia perfección interior.
Dios nos concede iniciar, el providencial tiempo de cuaresma. Sean, pues, las prácticas de este tiempo cuaresmal, ayuda para nuestra conversión, para volver al Señor y así acoger en nuestra vida la victoria de Cristo en su Misterio Pascual.