Valores como respeto, tolerancia, cooperación, honradez y educación son pilares en la formación de los hijos. La templanza de la madre es clave para hacerlo bien.
Por Elizabeth Muñoz de Lao
Llegó el Día de la Madre, esa que dijo sí a la vida, como aquel Sí de María cuando el ángel le anunció que tendría un hijo llamado Jesús, quien sería grande e Hijo del Altísimo.
He aquí a dos mujeres distintas, pero con un denominador común: madres, fieles a Cristo, que transmitieron la fe a sus vástagos.
Firme y decidida
Su cabellera blanca habla de una vida larga, y su mirada directa retrata a una mujer decidida, luchadora, y humilde en su actuar, cuya fe inquebrantable la llevó a luchar por siete de sus ocho hijos para hacerlos hombres y mujeres de bien. La mayor murió recién nacida.
El porte elegante y digno de Martina Carvajal Mitre no ha cambiado un ápice en 98 años. Hoy vive en medio de cuidados y retribuida con el amor de hijos, nietos y biznietos, pero hace muchos años lavó y planchó para otros a fin de obtener el sustento para su prole.
Ella se había casado como Dios manda y vivía cerca de sus suegros en La Trinidad de Pesé, pero los avatares de la vida la llevaron a separarse de su esposo; sin educación académica más que un tercer grado, que era lo único que ofrecía la escuela de su pueblo, decidió trabajar para otros mientras sus hijos crecían.
Esa decisión incluyó trasladarse a la ciudad de Chitré, en Herrera. Allí lavó y planchó “ajeno” para mantenerlos.
Eso sí, como buena familia católica, Martina y sus hermanos habían recibido de sus padres las enseñanzas en la fe y, con ella como herramienta, la unidad y la hermandad se impusieron, por lo que recibió ayuda de cada miembro de su grupo familiar. En Chitré, vivía en casa de familiares que la acogieron y la acompañaron con amor.
Mientras crecían sus hijos, los mayores “buscaban el real”, como dicen tierra adentro. Mientras ella lavaba y planchaba, los muchachos vendían periódicos, pifás, billetes de lotería o limpiaban zapatos.
Con el tiempo, se fueron a una finca en Potuguilla, en Parita, propiedad de una hermana. Allí fijó su residencia con una de sus hijas. Los hijos varones se quedaron cultivando la tierra en la finca, ordeñando, vendiendo leche y, con el tiempo, se independizaron y formaron sus propias familias. Hoy son hombres de bien y con una economía estable.
Dos de sus hijas fueron apoyadas por una tía que vivía en Aguadulce. Tuvieron la oportunidad de estudiar y son mujeres educadas, de sólidos principios cristianos. Cada una en sus comunidades, apoya la misión evangelizadora de la Iglesia católica, tal como les enseñó su madre y toda la familia. La menor de sus hijas, vivió y se educó con sus tías en Chitré. Martha, Ernesto, José Isabel, Lidia, Aida, Aracelys y Olmedo son ejemplos de que, cuando una madre guía sembrando la semilla del amor de Dios en los corazones de sus hijos, el camino no será fácil, pero la cosecha será abundante y buena.
Desde niña, Martina siempre practicó la fe católica, iba a misa en Pesé, especialmente para Semana Santa, o a la Salve para San Sebastián en Ocú. Su papá le enseñaba, de manera oral, el contenido de la Biblia.
Hoy, oye la misa a diario, reza el rosario, la coronilla de la Divina Misericordia y el Ángelus, a través de FeTv.
Consejos a los padres
Primero es lo primero: hay que estar con Dios y enseñar a los niños a hacerlo desde que están chiquitos, argumenta.
Advierte que la computadora es buena, pero permite a los chicos aprender lo que no deben. Hay que educarlos para que, aprendan que así como hay cosas buenas, también las hay malas y deben evitarse.
La honradez -dice- es lo más importante, eso hace que todos en la familia sean correctos en su actuar.
“Me siento feliz porque mis hijos, nietos y biznietos son trabajadores, buenos. La mejor herencia que les dejo es la honradez”, aduce con dignidad y orgullo de madre.
Tejidos para Jesús
Argelia Vargas no se cansa de tejer para Cristo. Es una docente de carácter, de esas que cree en la disciplina y que fue criada y educada en la fe.
De esa enseñanza de sus padres, aprendió el valor del respeto, la tolerancia, la cooperación, la educación y la puntualidad.
Esta madre de un hijo, hoy arquitecto, se lamenta de que en otros tiempos se impartía la enseñanza de la religión y la moral en las escuelas. Además, las catequesis se daban los sábados en esas mismas aulas, y los domingos, tanto maestros como alumnos iban a la misa, lo cual era valorado por el educador.
Ahora, asisten a las catequesis de primera comunión y luego los chicos se pierden de la Iglesia.
“Yo le inculqué a mi hijo el amor a Dios, él iba a retiros y le gustaba. Ahora, ya adulto, a veces lo regaño porque tengo que recordarle que primero tiene que servir a Dios. Él hace caso, y a mí se me une la suegra de él que, igual que yo, es servidora de Cristo”, dice sonriente esta madre orgullosa, también abuela de una niña.
Arte y creatividad
Siendo una muchachita de sexto grado, su mamá le enseñó a tejer. Ya el Señor tenía una misión para ella: confeccionar los manteles que se usan en la mesa del altar de la parroquia San Juan Bautista de Antón, hogar del santo Cristo de Esquipulas.
De hecho, ella elaboró el que se usó el pasado domingo durante la consagración del nuevo altar de mármol del templo. Lo hizo “sencillo” porque ese altar tiene al frente el cordero y es de mármol, explica.
“Viendo que al templo le faltaban manteles más elaborados, le ofrecí al Cristo de Esquipulas confeccionar los de su templo. Fue una emoción muy grande cuando puse el mantel en el altar consagrado. Pido a Dios que me dé fortaleza en mis manos para darle cosas mejores”, expresa la educadora, que se jubiló en Panamá y se trasladó a vivir al interior.
Ya está tejiendo el mantel que se usará el 15 de enero próximo, día en que se celebra la solemnidad del santo Cristo de Esquipulas.
También confecciona tembleques.
Pero para Cristo, nada es casualidad. El párroco de San Juan Bautista de Antón es Saúl Gaona, hijo de una prima hermana, a la vez que ahijado de Argelia. Y, además, es el padrino de confirmación de su único hijo, Rafael Del Cid.
Quién diría que esa enseñanza de su mamá en sexto grado, le ayudaría para servir al Señor y a su ahijado a través de sus manos laboriosas y su mente creativa. Es el entretejido que solo sabe hacer Dios.
“Yo fui dura”
La voluntad que pone esta docente para el trabajo, también la ha puesto en la crianza de su hijo.
Asegura que fue “dura”, en el buen sentido de la palabra. Nunca le hizo las tareas a su vástago, más bien le inculcó el hábito del estudio mediante horarios. Así podía también jugar y divertirse. Se graduó de arquitecto y se casó con una colega.
Aconseja a las madres escuchar a sus hijos. “Yo fui madre, confidente, y eso trae confianza y respeto. Hay que enseñarles valores, como honradez y puntualidad, pero sobre todo, a tener fe en Cristo, quien dirige nuestras vidas”.