“Como los discípulos de Emaús, vivamos entusiasmados tratando de dar testimonio”, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, OSA.

“Como los discípulos de Emaús, vivamos entusiasmados tratando de dar testimonio”,  Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, OSA.

Redacción

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La liturgia de este tercer domingo de Pascua nos invita a descubrir a Jesús vivo que acompaña a los hombres por los caminos del mundo, así abrió el Arzobispo José Domingo Ulloa Mendieta, la homilía. 

“La 1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Pedro predicando con valentía el núcleo del mensaje cristiano: Dios resucitó a Jesús y no permitió que la muerte lo derrotase”, señaló.

Sin embargo, “algunos cristianos de hoy padecen un cierto “complejo de inferioridad”, respecto a otros grupos o ideologías que les parece más atractivas o llamativas”, lamentó y dijo “sentimos miedo, a veces, de ser reconocidos como cristianos”. 

“No debemos olvidar que Cristo ha resucitado y esto prueba que nuestra vida la tenemos que emplear al servicio del Plan de Dios, entregándonos a los necesitados”, señaló.  

El evangelio de San Lucas relata el episodio de los discípulos de Emaús; dos discípulos de la primera comunidad cristiana, decepcionados y tristes por lo que ha ocurrido, recobran la alegría y la esperanza.  

Y como indicó el Arzobispo, son los discípulos de Emaús, expresión de tantos cristianos de hoy y de siempre, que están desilusionados, desengañados, muchos decepcionados los políticos y la sociedad, pero también decepcionados por la familia y cansados el trabajo.

“¡Cuántas promesas que no han madurado en nuestras vidas, ¡cuántos fracasos, cuántos planes que se han ido abajo, cuántas ilusiones perdidas! y nos preguntamos para qué vivir”, algo que para el Arzobispo es parte de nuestra fragilidad humana que hace que a veces nos decepcionemos y emprendamos el camino de vuelta, volvamos al lugar de donde habíamos salido, y termina nuestra búsqueda.

Pero ¿Cómo podemos experimentar los creyentes de hoy esa presencia de Jesús resucitado? Pregunta y responde a la vez, que el relato de Emaús nos da tres pistas para saber descubrir la presencia real de Cristo resucitado en medio de nosotros.

“En la Palabra: el discípulo de Cristo debe desear escuchar la Palabra de Dios, esa palabra que va a guiar nuestra existencia, alimentar nuestra fe y eliminar las   indecisiones del corazón”, es la primera. 

“Jesús resucitado se encuentra en la Eucaristía.  Los dos de Emaús “contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. La Eucaristía dominical es como el motor de nuestra fe para vivir con entusiasmo toda la semana, es la segunda. 

“En la Comunidad: los dos decepcionados regresaron a la comunidad.  Cristo nos dice: “Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”, es la tercera nos dice Monseñor Ulloa.

En esa confianza de pastor, animó a los fieles a que como los discípulos de Emaús vivamos entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído porque son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.

Dijo que en medio de esta crisis que está haciendo mella en el corazón de las personas, que poco a poco van perdiendo la esperanza ante la certeza de que el virus no es lo peor, sino que lo peor está por venir en el terreno de la economía, hay un gran deseo de poder volver a la llamada normalidad. 

Refirió las palabras del Papa Francisco, que nos invita a mirar al futuro con esperanza. “Ha repetido varias veces. “No se dejen robar la esperanza. No permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino”, indicó el Papa.

En medio de su homilía, el Arzobispo reiteró la gratitud a los profesionales de la salud: médicos, especialistas, enfermeras, enfermeros, auxiliares, camilleros, laboratoristas, tecnólogos médicos, personal de emergencia, celadores, administrativos y demás personal que sin descanso están atendiendo a quienes se ven afectados por el coronavirus. Hoy más que nunca, ustedes han demostrado que son hermanos en el dolor, en la enfermedad y en la muerte. Son hermanos aún en nuestras propias miserias, hermanos aún en el miedo. 

También se refirió al drama que lamentablemente estamos viviendo de como fallecen nuestros seres queridos en la más absoluta soledad, con el añadido de no poder darles un entierro como se requiere entre los seres humanos. “No hay un adiós más dolorido que no poder despedir de este mundo a la persona que has amado”, agregó.

Dijo que hay todo un tiempo para recolocar emocionalmente al fallecido en la historia personal de cada uno, y por tanto las lágrimas son necesarias por el que se fue, también hablar de él, y que todo esto forma parte del duelo auténtico y sincero.

Pero no todo termina ahí, además creemos que “el amor es más fuerte que la muerte” y eso nos lleva a la confianza de que la comunicación no se rompe con aquellos que nos han dejado, sino que mediante la oración por ellos perdura en el tiempo la memoria de nuestros difuntos. 

Y que es precisamente esa fe en Cristo Muerto y Resucitado es la que nos sostiene y es luz que ilumina esos momentos oscuros. 

 

 

A continuación, el texto completo de la Homilía desde la Capilla del Seminario Mayor San José.

Homilía Memoria agradecida de los fallecidos por Coronavirus

 y Personal Sanitario

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA

Arzobispo de Panamá

Hermanos y hermanas:

La liturgia de este tercer domingo de Pascua nos invita a descubrir a Jesús vivo que acompaña a los hombres por los caminos del mundo.

La 1ª lectura, de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a Pedro predicando, con valentía, el núcleo del mensaje cristiano: Dios Resucitó a Jesús, y no permitió que la muerte lo derrotase.

Algunos cristianos en la actualidad sufren cierto “complejo de inferioridad” con respecto a otros grupos o ideologías, que pueden parecerle más atractivas o llamativas. Sentimos miedo, a veces, de ser reconocidos como cristianos.

Cuando nos sintamos desilusionados, decepcionados, fracasados, derrotados, criticados, porque empleamos nuestra vida en servir a Dios y al prójimo, recordemos nuestra vida solo tiene sentido pleno: dándonos a Dios y al prójimo.

Porque Cristo ha Resucitado da razón y sentido a nuestra vida, por ello nos ponemos al servicio del Plan de Dios, entregándonos a los necesitados.

El evangelio de San Lucas nos ha relatado el episodio de los discípulos de Emaús.  Dos seguidores de la primera comunidad cristiana, decepcionados y tristes por lo que ha ocurrido, pero en el encuentro con Jesús recobran la alegría y la esperanza.

Como los discípulos de Emaús vivimos algunos cristianos, con una actitud derrotistas, porque vivimos de decepción en decepción: nos decepcionan los políticos; los líderes religiosos; nos decepciona la familia, nos decepciona el trabajo; nos decepciona los amigos. ¡Cuántos fracasos! ¡cuántos planes que se han ido abajo! ¡cuántas ilusiones perdidas! Y cuándo estamos sumergidos en tantas decepciones nos preguntamos: ¿Para qué vivir?  ¿Qué sentido tiene todo? ¿Merece la pena luchar por un ideal si total nada va a cambiar?

El relato de Emaús nos da 3 pistas para saber descubrir nuestra verdadera felicidad al reconocer la presencia real de Cristo Resucitado entre nosotros:

  1.     En la Palabra de Dios: el discípulo de Cristo debe desear escuchar la Palabra de Dios, esa Palabra que va a guiar nuestra existencia, alimentar nuestra fe y eliminar las indecisiones del corazón.
  2.     En la Eucaristía: Jesús Resucitado se encuentra en la Eucaristía.  Los dos de Emaús “contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. La Eucaristía dominical es como el motor de nuestra fe para vivir con entusiasmo toda la semana.
  3.     En la Comunidad: los dos decepcionados regresaron a la comunidad.  Cristo nos dice: “Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”.

Nosotros, como los de Emaús, hemos de vivir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Porque son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz, de nuestro optimismo, de nuestras ganas de vivir y hacerlo con dignidad.

Cada cristiano y cristiana tiene una misión en la historia de la humanidad y es ser testigos de la esperanza. En esta crisis sanitaria -que está haciendo mella en el corazón de las personas- que poco a poco van perdiendo la fe ante la certeza de que el virus no es lo peor, sino que lo peor está por venir, en ámbito de la economía.

En muchos de nosotros hay un gran deseo de poder volver a la llamada “normalidad”, pero en esa “normalidad” había mucha gente sufriendo del “virus de la pobreza, del hambre, de la explotación, del maltrata, la discriminación y la exclusión”.

Muy sabiamente el Papa Francisco ha repetido varias veces que: “No se dejen robar la esperanza. No permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino”.

Para reanimar nuestra esperanza nos viene bien el evangelio de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). No podemos resignarnos a que el mundo sea como es. Otro mundo es posible.

Jesús se hace presente ahora más que nunca, aunque existan quienes se resisten a reconocerlo por tener el corazón cerrado y lleno de tristeza. 

Los planes de Dios no son los del triunfalismo y el éxito, sino el pasar a través de la muerte hacia la Resurrección.

Dios no le garantizó a Jesús el éxito, ni nos lo ha prometido tampoco a nosotros. 

No es en el triunfo humano en el que hemos puesto nuestra confianza, sino que “habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza” (1 Ped 1,17-21).

El éxito humano y numérico es muy relativo. Lo que cuenta es el bien que se hace. Lo que cuenta es la fidelidad a la persona de Jesús y a su mensaje. Que la celebración de la eucaristía nos permita reconocer al Señor resucitado y nos una más íntimamente a la comunidad eclesial.

  1. Los agentes sanitarios, «cimiento que sostienen la fragilidad»

Un testimonio de compromiso y amor al prójimo, en medio de la crisis sanitaria que vive la humanidad y por ende Panamá, son los profesionales de la salud: médicos, especialistas, enfermeras, enfermeros, auxiliares, camilleros, laboratoristas, tecnólogos médicos, personal de emergencia y de aseo, celadores, administrativos, y demás personal que sin descanso están atendiendo a quienes se ven afectados por el coronavirus.

Damos gracias a Dios por contar con profesionales que están llenos de humanidad, de solidaridad y de amor al prójimo, entre los cuales está el personal sanitario quienes ocupan un lugar prevalente. La llegada del coronavirus (Covid-19), más que paralizarlos, les ha avivado su vocación de servicio y de amor y cuidado a la vida humana, tienen la capacidad de ser pan que se parte y se reparte.

Mientras a nosotros nos exhortan a quedarnos en nuestras casas, ustedes querido personal sanitario cada día están viviendo en primera línea la situación, exponiendo su salud, dejando la piel por los pacientes; priorizando siempre su atención frente a sus necesidades familiares, personales y profesionales.

Hoy más que nunca ustedes han demostrado que son hermanos en el dolor, en la enfermedad y en la muerte. Son hermanos aún en nuestras propias miserias, hermanos, aún en el miedo». 

Vuestra vida de entrega nos cuestiona y da respuesta a tantos interrogantes ¿Cuál es la salida al miedo que nos paraliza y enceguece? La respuesta es: «la gracia de la fe, y su fortaleza”. 

Vuestra entrega es una llamada a dejar nuestros temores y miedos y asumir nuestra propia fragilidad:  la fragilidad humana, la enfermedad, el dolor y el sufrimiento.  

Vuestra entrega es un constante recuerdo de que como cristianos debemos “dejarnos habitar por Dios para cargar la propia cruz”, con la convicción profunda de que Dios nos ama, y que en todo momento cuida de nuestra fragilidad”.

Tristemente este esfuerzo no pareciera nada, cuando hemos conocido que en algunos lugares se ha llegado a aislar “al médico, a los enfermeros, al personal del equipo de salud porque como ellos cuidan los pacientes, me pueden contagiar”.

 Otra vez el miedo y en pensar solo en mí, hace relucir en nosotros nuestra peor parte. La confianza en Jesucristo, nos libera del miedo, conscientes de que “la Verdad os hará libres».

 

Esto lo han comprendido esas “manos amigas” de médicos, enfermeros y sanitarios que ha reconocido esa valentía del personal de salud.

Ellos son los que, disimulando su propia tristeza, sacan sus mejores sonrisas, para animar a los enfermos. También hemos constatado que donde no puede llegar un ministro ordenado o un sacerdote, muchos médicos y enfermeras cristianas ejercen su sacerdocio bautismal, son quienes despiden de este mundo a los que fallecen lejos de sus familiares, tratando de darle paz en el último suspiro de su vida.

¿Cómo lo hacen? De muchas maneras, a veces con un relato de humor que producen pequeños momentos de regocijo; otras recodándoles al Señor Jesús, a la Virgen o los Santos conocidos y no faltará una invitación al enfermo a que confíe en la misericordia divina, haciendo el acto de contrición y rezando la Comunión espiritual. Todo un ministerio de amor y reconciliación que llena de contenido religioso en los últimos momentos de la vida del enfermo.

III. Liturgia de la vida en un duelo sin entierro

Memoria agradecida

Esta pandemia del coronavirus deja cada día miles de muertos, contagiados, enfermos y un mar de dolores a los familiares en todos los sentidos. 

Uno de estos dramas que estamos viviendo es cuando fallecen nuestros seres queridos lejos de nosotros; sin poderlos ver y mucho menos estar en eso momento del trance a la otra vida, el dolor se profundiza más cuando no podemos darle el entierro como acostumbramos y como nos invita la Misericordia. No hay un adiós más dolorido que no poder despedir de este mundo a la persona que has amado.

La sanación de estos deudos, víctimas también del Covid-19, pasa primeramente por hacer un homenaje social para todos aquellos que han fallecido, ya que no son meras cifras, sino personas que dieron lo mejor de sí por este país.

Otro paso para curar el alma de las personas golpeadas por esta dura experiencia es el duelo. Periodo vital que debe ser asumido con serenidad y donde pueden acumularse sentimientos encontrados. No es bueno decir: “Hay que olvidarlo, ya pasó todo”, porque es falso.

Estos sucesos tardan mucho en olvidarse. Hay todo un tiempo para recolocar emocionalmente al fallecido en la historia personal de cada uno.

Por tanto: las lágrimas son necesarias por el que se fue, también hablar de él y que nos hablen de lo que hizo o dejó de hacer; recordar los momentos vividos con aquel que se nos ha ido. Es importante guardar algún detalle significativo de la persona querida y perpetuar su memoria. Todo esto forma parte del duelo auténtico y sincero.

La clave con que se vive ese “pasadizo” del duelo es muy diferente para los cristianos que para aquellos que todo termina en las esperanzas intramundanas.

La fe en Cristo Muerto y Resucitado no es ningún somnífero o algo por el estilo, es la fuerza que nos sostiene, es la luz que ilumina esos momentos oscuros. 

Percibimos que Dios no me ha arrebatado a mi ser querido, que su cuerpo corruptible lo ha revestido de incorruptibilidad y que ha sido llamado a la plenitud de la felicidad que es la vida eterna. Esa experiencia produce un consuelo y paz interior.

Por eso enterrar a los muertos no es solo una cuestión de sepultura. Ya lo decía el poeta León Felipe, que “para enterrar a un muerto cualquiera vale, cualquiera, menos un sepulturero”. 

No se trata de un acto rutinario de adentrar un féretro en un nicho o cremar un cuerpo, sino de un acto profundo y humano ante una vida que culmina, que acaba y entra en el misterio de la muerte. 

Cuando eso ocurre, hay muerte en el nosotros, pero también debe haber duelo, vida, aceptación, consuelo, esperanza, y reconstrucción.

¿Cómo consolarnos interiormente y animarnos mutuamente en la fe? ¿Cómo levantar cabeza y superar la angustia, la ansiedad, la desesperación…?

Desde el reencuentro con la imagen de Dios que los habitaba, y se realizó en sus corazones de padre, madre, hermano… en su modo de pensar, sentir, juzgar, actuar, en su modo de ser y de amar, de vivir la vida.

No hay otro modo.  Los cristianos enterramos el cadáver, que ya no es ni siquiera cuerpo humano, porque no tiene vida, pero no enterramos a la persona, ni su vida. 

Sabemos que ese ser querido está en manos de Dios, que es donde la ha vivido, y ahí nos espera para el abrazo definitivo que ellos ya nos están dando, pero que a veces nuestras propias lágrimas miopes, aunque auténticas, no nos dejan verlos.

Ahora les pido que, una vez más, ahí en sus casas, frente a la fotografía de su ser querido que se ha ido en medio de esta cuarentena, encendamos una vela y usemos nuestra imaginación y escuchemos esta carta que, desde el Cielo, nos envía ese ser querido que ha partido al encuentro con Dios:

 

Carta a Ustedes: “No lloren al que vive; los abrazo desde la vida”

Queridos míos –imaginemos que esta alma dice nuestros nombres-:

Espero que, a la llegada de esta carta, ustedes se encuentren todos bien. Yo estoy de lo mejor gracias a Dios, quien me tiene en el paraíso.

Entiendo vuestra confusión, vuestro dolor, vuestra pena, pero hay que levantar anclas, y volver a vuestro cauce que yo ya he arribado a mi orilla de luz y de amor, después de haber remado toda mi vida en esa barca tan querida que han sido ustedes, querida familia.

Me considero una persona afortunada. Ahora sí me doy cuenta, al acabar la jornada de la vida, que he sido de los más ricos del mundo, por tenerlos a ustedes.  No saben, ni se pueden imaginar, cómo se ve y se ama desde aquí. El gozo es total, solo falta que lleguen ustedes para que el amor sea más completo, porque pleno ya es.

En los momentos más íntimos, Dios me pide que le hable de mi vida y de ustedes. Está muy interesado, como si lo oyera o lo viera por primera vez, yo creo que lo hace para que yo me sienta más feliz. Él te coge la mano y ya no te la suelta nunca y te da una paz. Esto era lo que yo siempre deseaba con ustedes.

Acepten mi muerte, porque yo la he vencido y no quiero que ella los venza en la angustia y en la desesperación. Tengan paciencia, hasta que podamos encontrarnos y abrazarnos. Solo les pido una cosa, que no hablen de mí en pasado, que no estoy muerto, porque he resucitado. Como decía Jesús, no lloren entre los muertos al que vive. Hablen de mí en presente y en futuro. Estoy con ustedes y les prepararé sitio en este paraíso. Por eso he venido antes, para separar una estancia en la que podamos estar todos. Aquí todos somos conocidos y queridos.

Un abrazo desde la eternidad. Ánimo, no teman, yo he vencido, con la ayuda de Dios, al mundo y a la muerte. Hagan ustedes lo mismo.

Vuestro ser querido.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos por Panamá -Quédate en casa.

 

†  JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ