¡Conviértete y cree en el Evangelio!

EEl próximo miércoles empieza el tiempo Santo de Cuaresma. Este se extiende desde el Miércoles de Ceniza hasta la hora intermedia del Jueves Santo. En él nos preparamos para celebrar de modo solemne el misterio pascual del Señor y nuestra participación en él. Los sujetos de esta preparación son los catecúmenos, que deben recorrer las diversas etapas de la iniciación cristiana, y los fieles cristianos, que recuerdan el Bautismo, que los configura con Cristo, en quien deben madurar, y hacen penitencias por no haber sido fieles a la gracia bautismal, ni haber desarrollado todas sus virtualidades. Se destacan, pues, cuatro sacramentos: Bautismo, Confirmación, y Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Además, “la penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser solo interna e individual, sino también externa y social.” (SC10).
El mensaje que transmite la Cuaresma es que la vida cristiana es una peregrinación por la historia de nuestra vida. Se inicia con la unción bautismal, que nos incorpora a Cristo y nos introduce en la Iglesia, y debe llevarnos a las mismas metas que ha alcanzado nuestra sublime cabeza, por su obediencia a Dios, hasta la muerte de Cruz: La resurrección y la gloria. Se nos invita a convertirnos, porque, de ordinario, vivimos de espaldas a la grandeza de nuestra identidad cristiana, como sacerdotes, profetas y reyes, en Cristo, con él, y por él, seducidos por los oropeles del mundo, y no vivimos en esperanza la fe en el Evangelio.
En su predicación, Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios, con su persona. Esto significa que Dios es padre y soberano en una comunidad o familia, en la que se ingresa por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, en quien se superan todas las divisiones y particularismos.
La predicación de la Iglesia, por otro lado, anuncia el Kerigma, es decir, a Jesús, Mesias e Hijo de Dios, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación. Por la fe en su misterio pascual, recibimos la reconciliación y la filiación adoptiva, en la que debemos crecer. Por eso, la Iglesia no se cansa de exhortar a los fieles, año tras año, a la fe en el Evangelio y a la conversión, y realiza los escrutinios de los catecúmenos. En esto, se procura ayudarlos a descubrir lo que hay de débil, enfermo y malo en sus corazones, para sanarlo; y también lo bueno, sano y santo para fortalecerlo. Su propósito es liberar del pecado y del demonio, y afirmar a Cristo como camino, verdad y vida.
En el I domingo de cuaresma, la Iglesia nos recuerda que a lo largo de nuestra peregrinación cristiana no faltaran las tentaciones de usar la unción con el Espíritu en beneficio propio y no para salvar al mundo. Cuando somos más vulnerables por el hambre, la sed o la debilidad, el seductor querrá inducirnos a buscar poder, prestigio, posesiones y placer, obedeciendo los criterios del mundo y renegando de los criterios de Dios. Cristo no cedió ante estas tentaciones en su vida mortal. Tampoco debe hacerlo el cristiano, iluminado por la Palabra de Dios, y fortalecido con su Espíritu.
Los días precedentes nos habrán preparado para entrar en el espíritu cuaresmal. En ellos, la ceniza adquiere singular relieve. Se llama a la conversión (Jl2: 12-18). A esta invitación, se debe responder con prontitud, como Leví (Lc 5:27-32). La conversión debe ser interior (Mt 6: 1-6, 16.18; Jl 2:12 ss), expresar el amor, y apuntar a la justicia social (Is 58: 1-41). Se debe elegir entre la vida y la muerte (Dt 30: 15-20); perder la vida de muerte para ganar la opción verdadera (Lc 9: 22-25).
En la primera semana de cuaresma, se propone la santidad como meta de la conversión (Lev 19: 1-2, 11-18; Dt 26: 16-19; Mt 5: 45-48). La Iglesia nos coloca ante el juicio e Dios (Mt 25: 31-46; 5: 20-26). La palabra de Dios nos santifica (Is 55: 10-11).
El II Domingo de Cuaresma nos enseña que la cruz es el camino hacia la gloria de Dios, que, en el monte Tabor brilla en el rostro transfigurado de Cristo, y en el Calvario reluce con más vigor en su rostro desfigurado.
En esta semana, la superación del pecado es tema central. Para ello, urge confesar el pecado (Dan 9: 4-10). Dios es misericordioso (Lc 15: 1ss; Jer 17: 5-10), y llama a la conversión (Is1: 10, 16-20). Esta se realiza ante la palabra de Dios (Lc 16: 19-31). Supone un proceso (Mt 20: 17-28) y una actitud de servicio (Mt 20: 26-28).
En el III Domingo de Cuaresma, se subraya el vínculo indisoluble entre culto y vida. Lo importante no es dónde celebremos, sino cómo. Dios busca quienes lo adoren con un amor fiel, que construya comunión, viva la fraternidad, conquiste libertad para todos, y proteja a los débiles.
En esta semana, se tienen los escrutinios de los catecúmenos, y se invita a los fieles a renovar los compromisos bautismales. Para ello, debemos seguir la palabra de Dios (II Re 5: 1-15), fuente de sabiduría (Dt 4: 1-9; Mt 5: 17-19); vivir un verdadero culto (Dan 3: 25-34; Mc 12:2-10; 6:1-6); tener sed de Dios (sal 41 y 42); y aprender el camino (sal 24) que la palaba nos va enseñado (sal 147).
En el IV Domingo de Cuaresma, se presenta la salvación cristiana como una luz que puede curar la ceguera humana. Cristo es esta luz. Para convertirnos, necesitamos reconocer nuestra ceguera total o parcial. Las lecturas de la semana hacen patente la urgencia de optar por la luz frente a la alternativa de las tinieblas que el mundo ofrece (cf Jn 1: 1-12).
Próximos ya a la Semana Santa, el V Domingo de Cuaresma destaca el triunfo de Jesús sobre la muerte, que pronto experimentará, y nuestra santificación en esta victoria, por la fe. Las lecturas cotidianas muestran el carácter salvífico de la muerte del Justo, verdadero grano de trigo, fecundo por su muerte (cf Jn 12: 23-26).
Sigue el Domingo de Ramos, en que se proclama la pasión del Señor, según san Mateo, en el ciclo A, san Marcos en el B, y san Lucas, en el C. Los primeros días de la Semana Santa quieren culminar la cuaresma con la meditación de tres de los Cánticos del Siervo del Señor y los textos pertinentes de los evangelios de Juan y Mateo. El Jueves Santo se celebra la Misa Crismal, en que se recuerda que la Iglesia es la comunidad de los ungidos con el Espíritu Santo, misterio de comunión y misión, signo del Reino de Dios y sacramento de la salvación universal. Su misión involucra a todos los fieles cristianos, que poseen el sacerdocio bautismal o común. Para prestarles el servicio de la autoridad, existe el sacerdocio jerárquico o ministerial. En esta misa, estos sacerdotes renuevan sus votos, ante toda la Iglesia diocesana, que ora por ellos. Y, con el rezo de la hora intermedia, culmina la cuaresma, para dar paso al triduo pascual.

Monseñor Oscar Mario Brown / Obispo emérito de Santiago