Un gran gesto de amor, una actitud de caridad, algo importante que podemos hacer por un ser querido, o un hermano enfermo, es ayudarle con nuestras oraciones y cuidados espirituales.
Del mismo modo, como cristianos debemos procurar en primer lugar cuidar nuestra salud y la de nuestro prójimo. Nosotros somos creación del Señor, por tanto patrimonio de Dios, entonces tenemos el deber de cuidarnos la salud física y la del alma, y si padecemos alguna dolencia, aprovechar la oportunidad de ofrecer los sufrimientos a Cristo.
El cuidado de la salud de los hombres requiere la ayuda de sus hermanos, de sus familiares, de sus amigos, como también del resto de la sociedad en la cual viven, a fin de lograr las condiciones de calidad de vida que permiten crecer, estudiar, formar familia, formarse espiritualmente, como alimentarse, vestirse, tener vivienda, trabajo y jubilarse o pensionarse. En nuestra vida terrena, estamos expuestos a que nos sucedan cosas como algunas enfermedades imprevistas y tenemos que padecer y en algunas ocasiones debemos operarnos, si estas salen bien, alegrémonos y demos gracias a Dios, pero sabemos que no siempre es así, si éstas salen mal, alegrémonos por esta oportunidad de ofrecer al Señor, la oportunidad de ayudarle con la dulce carga de la Cruz de Jesús.
No debemos tener una actitud de excesivo cuidado por conservar la salud, cuando ésta se interpreta como una señal de egoísmo y falta de confianza en Dios. Recuerdo en mi juventud, cómo mi padre me enseñaba la necesidad de cuidar el cuerpo de manera razonable, porque no debíamos olvidar que es templo del Espíritu Santo. Entonces nos invitaba a la vida sobria, sin excesos y lejos de todo lo nocivo para el cuerpo humano.
Es así, como la vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios, razón importante para cuidar a los enfermos, teniendo en cuenta sus necesidades y la de los demás y el bien común.
También es bueno recordar, que el hermoso don de la vida está en manos de Dios. En efecto, el hombre no es dueño de su vida ni de su salud y perjudicarlas por desidia, falta de cuidado o negligencia es una ofensa a Dios. Es así entonces, que no debemos ser indisciplinados con los buenos consejos médicos, como por ejemplo no tomar los medicamentos recomendados o hacernos el desentendido con ciertos síntomas que nos advierten de algún peligro de enfermedad.
Me parece, que no debemos engañar a un hermano enfermo si está cerca de la muerte, no estaría bien decirle que todo anda bien y que no hay que preocuparse. Seamos misericordiosos con esto, ya que se trata de un tiempo en que el enfermo debe aprovechar para prepararse al encuentro con el Señor. Los últimos días pueden ser decisivos para la vida eterna, es cuando el hermano enfermo debe recibir los Sacramentos de Penitencia y Reconciliación, esto es, la Confesión y la Comunión.
Yo tengo mi experiencia personal en esto, en una etapa de mi vida durante 18 meses estuve acompañando a mi difunta esposa, la cual sufrió de un cáncer irrecuperable, y así fue como estuvimos preparando las maletas para su viaje a la vida eterna, en el momento que Dios lo dispusiera, y está grabado por la eternidad en mi corazón el minuto cuando ella me sonrió y a los pocos segundos partió en su viaje a la casa del Señor.
Por otra parte no dejemos de lado la Unción de los Enfermos, ésta se debe recibir tan pronto se sepa que hay enfermedad, especialmente si es grave, en todo caso se debe explicar que este Sacramento no es para pacientes desahuciados, es para entregarnos en las manos de Dios y decir que estamos abiertos a la curación, y dedicar este sufrimiento para llevar la cruz de la enfermedad con gracia.
Como otro testimonio personal, en una ocasión, junto a un Tío Presbítero, se la dimos a mi padre de 82 años, el cual estaba bastante mal y temíamos por su vida, hoy nuevamente, se le ve sonreír, por continuar viendo a diario su familia que el formó con los fundamentos de nuestra fe.