La Iglesia es servidora de todos y no pide un certificado de buena conducta. El Santo Padre hizo énfasis en aquellos que son víctimas de las atrocidades de la guerra, en los migrantes, en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza,
Por Redacción
La Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos concluyó con una reflexión del papa Francisco sobre dos verbos: adorar y servir.
Les recordó a los participantes en la asamblea que la mayor reforma de la Iglesia es “adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor”, y les pidió luchar siempre contra las idolatrías: “Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”, expresó durante la misa con la que cerró la asamblea, que se inició el 4 de octubre pasado.
El principio básico del sínodo ha sido el “amar a Dios con toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos. No nuestras estrategias, no los cálculos humanos, no las modas del mundo, sino amar a Dios y al prójimo; ese es el centro de todo”, expresó el Papa ante los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos.
Al reflexionar sobre los dos verbos, ha dicho que son dos movimientos del corazón.
Del primero de ellos, indicó que “la adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito, al amor sorprendente de Dios”. Es esencial en la Iglesia porque “adorar” significa “reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia y los destinos de la historia”.
Según el Papa, al adorarlo, redescubrimos que somos libres y en la Escritura se asocia a la lucha contra toda idolatría. “Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son obra de las manos de los hombres”. Por tanto, el Papa pide “luchar siempre contra las idolatrías”.
A menudo, estas proceden de la vanagloria personal, como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero… En este punto, el Papa dejó claro que “el diablo entra por los bolsillos, no lo olvidemos”, y se refirió a la seducción del carrerismo, como las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: “mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”, advirtió.
Con respecto al verbo servir, el Papa pidió ser una Iglesia adoradora y de servicio: “que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres”.
El sumo pontífice hizo especial énfasis en aquellos que son víctimas de las atrocidades de la guerra, en los migrantes, en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza, en quienes están aplastados por el peso de la vida y en quienes no tienen más lágrimas ni voz.
Y fue más allá: “Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él prefiere, los pobres y los débiles”, destacó.
El Papa recordó que la Iglesia que estamos llamados a soñar es “servidora de todos” y “no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama”. Es una Iglesia con las puertas abiertas, que sea puerto de misericordia, concluyó.