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De Job al samaritano

De Job al samaritano

José-Román Flecha Andrés

El día 11 de febrero de 2021 se celebrará la 29a Jornada Mundial del Enfermo. En el mensaje que ha publicado con ese motivo, el papa Francisco advierte que la pandemia ha dejado ver las insuficiencias de los sistemas sanitarios, que han afectado a los ancianos, a los más débiles y vulnerables.

Por otro lado, la pandemia ha mostrado la entrega de sanitarios, voluntarios, trabajadores, sacerdotes, religiosos y religiosas, que han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares. Todo ello nos lleva a meditar sobre el icono de Job y el del Buen Samaritano.  

  1. La figura bíblica de Job es emblemática. Abandonado y acusado por su mujer y sus amigos, cae en un estado de abandono e incomprensión. En su extrema fragilidad, hace llegar su grito insistente a Dios, que al final le responde, abriéndole un nuevo horizonte. El texto indica que su sufrimiento no es una condena o un castigo, como entonces se pensaba. Tampoco es un estado de lejanía de Dios o un signo de su indiferencia. Así que Job puede confesar su fe en el Señor, diciendo: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). De su figura aprendemos que no basta con envolver nuestra fe con palabras estériles, como hacían los pretendidos amigos de Job. Cuando es verdadera y coherente, nuestra fe nos lleva a involucrarnos en la vida real y en las necesidades del prójimo.
  2. La figura del Buen Samaritano, tan presente en la encíclica Fratelli tutti, reaparece en este mensaje, aplicada a Jesucristo. Él nos enseña que “la cercanía es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad”. Evocando la parábola, añade el Papa que hemos de vivir esta cercanía, no solo de forma personal, sino también comunitaria. Es evidente que “el amor fraterno genera una comunidad capaz de sanar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge sobre todo a los más frágiles”. La solidaridad fraterna se expresa de modo concreto en el servicio al prójimo. Un servicio que no puede ser impersonal, sino que “siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la padece y busca la promoción del hermano”. 
  3. No podemos olvidar que la enfermedad siempre tiene un rostro. Ante el enfermo, Jesús propone: “detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio”. El mandamiento del amor se realiza hoy en la relación con los enfermos. “Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno”. Ni los gobernantes ni los ciudadanos deberíamos ignorar esta lección