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El catequista abierto a la acción del Espíritu Santo

El catequista abierto a la acción del Espíritu Santo

El catequista está constantemente abierto a la acción del Espíritu Santo, tanto a la que tiene lugar en el corazón de los catequizandos como a la que acontece en su propio interior.

Comisión Arquidiocesana de Catequesis

El catequista realiza su tarea convencido de esta verdad fundamental: «El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización» (EN 75). Sabe que su misión esencial, como catequista, consiste en trabajar por suscitar en los catequizandos las actitudes necesarias para acoger esa acción divina. El Espíritu Santo,

es el maestro interior que, más allá de la palabra del catequista, hace comprender a los hombres el significado hondo del Evangelio.

El catequista ha de ser sensible a una acción del Espíritu que no es uniforme con relación a los miembros de su grupo catequético, sino que es una acción diferenciada, es un «llamamiento que —Dios— dirige a cada uno» (CT 35). Puede actuar como llamada, promesa, perdón, corrección, paz, sentido, apoyo, presencia, purificación y exigencia.

El catequista sabe que es portador de una sabiduría que viene de Dios. «No es la sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo» (1 Cor 2,6), no es la sabiduría de la modernidad, que hoy se pone como criterio del verdadero progreso, sino la del Evangelio.

El catequista ha de tratar de captar el carácter individualizado de esa acción divina y ayudar al catequizando a descubrirla en sí mismo. Para ello ha de saber dotar a todo el proceso de catequización de un clima religioso y de oración favorecedor del encuentro del hombre con Dios.

El catequista tendrá en cuenta que la catequesis es servicio, no dominio. Educar en la fe es posibilitar el crecimiento de una semilla, el don de la fe, depositada por el Espíritu en el corazón del hombre. El catequista está al servicio de ese crecimiento. Respeta la vocación cristiana concreta a la que Dios llama a cada uno.   Una catequesis en la que todos se ajustasen, de un modo forzado, al molde de su catequista sería una mala catequesis.

Luces.  «La catequesis, que es crecimiento en la fe y maduración de la vida cristiana hacia la plenitud, es por consiguiente una obra del Espíritu Santo, obra que sólo Él puede suscitar y alimentar en la Iglesia» (CT 72).  La realidad de esta acción del Espíritu en medio del grupo catequético obliga a desarrollar una actitud de respeto hacia los catequizandos, actitud que debe ser una cierta prolongación del mismo respeto de la acción divina en los hombres.

El catequista es sólo un mediador de ese encuentro. No es él quien da directamente la fe sino el que facilita, con su palabra catequizadora, el don de Dios y la respuesta del hombre: «Ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que hace crecer» (1 Cor 3,7). El catequista descubre la acción del Espíritu Santo no sólo en el catequizando sino dentro de sí mismo, como fuente de la espiritualidad exigida por su tarea.