,

El Espíritu prometido y recibido

El Espíritu prometido y recibido

El tercer elemento por el cual los Apóstoles se llegaron a convencer de la Resurrección de Jesús, además del sepulcro abierto y vacío y las múltiples apariciones del Señor, fue por el don del Espíritu Santo, tantas veces anunciado y prometido como señal de la glorificación de Jesús.

Este Espíritu de Jesús es la fuerza que lanza a la Iglesia naciente hasta las últimas partes de la tierra, porque la Iglesia, nueva creación, no puede nacer sino del Espíritu Santo, del que tiene nacimiento todo lo que nace de Dios.

La venida del Espíritu Santo ocurrió el día de la fiesta de los primeros frutos, la fiesta de Pentecostés (término que significa 50avo día), una de las tres fiestas de peregrinación de los judíos a Jerusalén, junto con la fiesta de las Tiendas y la Pascua.

Para no tomar todos los elementos al pie de la letra, Lucas usó la palabra “como” varias veces. El Espíritu Santo se manifestó “como” una impetuosa ráfaga de viento, para significar que Él es fuerza de Dios; y “como” lenguas de fuego, para significar el testimonio ardiente que brotaría de los apóstoles. Esta descripción recuerda el cuadro de la antigua Alianza del Sinaí, que se celebró en medio de relámpagos, truenos y humo, porque Yahvé había bajado en forma de fuego.

Como resultado del evento milagroso, los Apóstoles empezaron a hablar en otras lenguas, gracias a que recibieron un don o carisma del Espíritu. Luego, hablarían también, como lo hicieron los antiguos profetas. Mediante este soplo, Jesús transforma a los Apóstoles en hombres nuevos, dotándolos del poder real de perdonar y retener los pecados, tal como se lo había prometido durante su vida.