Espiritualidad agustiniana

Espiritualidad agustiniana

El 28 de agosto celebramos en la Iglesia católica la memoria de San Agustín, Obispo de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia, y padre espiritual de la familia agustiniana, presente en nuestra Iglesia panameña. Sus “Confesiones”, el libro religioso más leído después de la Biblia, y su espiritualidad toda nos ofrecen una gran riqueza:

Preocupación por el ser humano. “Soy un ser humano, uno de tantos, vivo entre los hombres y tengo un corazón humano”; “y nada de lo que es verdaderamente humano me es ajeno” dice Agustín.

El respeto por la persona humana y su dignidad; la sensibilidad ante lo humano; el diálogo con las culturas y los humanismos actuales; la aceptación de los valores humanos y su legítima autonomía,; la sintonía con los más profundos anhelos de la humanidad… son rasgos que deberían caracterizar hoy la espiritualidad de los creyentes, ante el drama de quienes mueren víctimas tanto de la injusta pobreza como del materialismo: “por falta de pan y también por intentar vivir sólo de pan”.

Actitud de búsqueda incesante. Desde joven, Agustín vivió la crisis de la búsqueda de sentido, de verdad, de bien, de felicidad, de paz. Y nos invita a “buscar para encontrar y encontrar para seguir buscando”, a “buscar continuamente con la esperanza de encontrar”.

El cristiano está llamado a ser un profesional de la búsqueda de sentido humano y un testigo de la oferta de plenitud y salvación que viene de Dios en Cristo: nunca como poseedor instalado de la verdad, sino como compañero de camino de los seres humanos en la aventura de la vida. Una actitud y un testimonio hoy más necesarios que nunca, y que forman parte de la dimensión profética de la vida cristiana.

Vida en comunidad y relaciones interpersonales. ¿Cómo vivir humanamente en una sociedad que unas veces nos abandona y otras nos manipula? No hay ninguna forma más plena y auténtica de ser humano y cristiano responde Agustín con su experiencia y su palabra, que vivir en comunidad, caminando juntos para apoyarse mutuamente “como los ciervos al cruzar nadando un río”. Tenemos el desafío de optar coherentemente por un modo de vida capaz de encarnarese ideal y esa alternativa: vivir en fraternidad, crear comunidad, ser modelo de una Iglesia-comunidad-de comunidades. Y de un nuevo tipo de relaciones interpersonales y sociales: fundadas en el compartir, el servir, el amar, frente a los ídolos del tener, poder y gozar desde el egoísmo excluyente.

El equilibrio entre la acción y la contemplación. Un dilema importante, simbolizado en la tensión entre el “filósofo” y el “revolucionario”, entre el “orar” y el “hacer”. ¿Quién, en el conflictivo y acelerado mundo actual, no se ha sentido perplejo ante esta alternativa?

Siempre desde su experiencia vital reflexionada, la palabra de Agustín resulta luminosa como pocas en este aspecto: “Nadie debe estar tan embebido en las cosas de Dios que se olvide de los hombres, sus hermanos. Ni tan inmerso en las cosas de los hombres que se olvide de las cosas de Dios. El amor de la verdad requiere un ocio santo. La necesidad del amor exige un negocio/ trabajo justo”.

Nunca el cristiano puede pretender refugiarse en Dios y en la oración para desentenderse de los problemas humanos, o multiplicar el trabajo y la actividad olvidando la reflexión y la oración.

Sentido eclesial. Agustín quiso vivir como “cristiano perfecto en la Iglesia”. Esa Iglesia que vive hoy un doloroso camino

de crisis y un denodado esfuerzo de renovación. Ser auténticamente Iglesia y “sentir con la Iglesia” es también hoy un desafío real y necesario: que la Iglesia pueda ser de verdad una comunidad fraterna, servidora del Reino, signo y semilla de un mundo nuevo, más justo, más fraterno y más humano. Este debería ser el primer servicio del creyente: un servicio realizado después en la multiforme pluralidad de la contemplación y la acción, como signo de la presencia maternal de la Iglesia entre los hombres y mujeres de hoy.

Lectura teológica de la pobreza. No es posible ser cristiano hoy de espaldas al “grito de los pobres” y la lucha por la justicia. La miseria de millones de seres humanos es un verdadero sacramento del pecado en el mundo, y la globalización excluyente e insolidaria hace más necesaria que nunca la molesta pregunta acerca de dónde dormirán hoy los más pobres…

Una vez más, Agustín nos dará la razón teológica de tal preocupación: Cristo se hizo pobre y está en la tierra presente en los pobres, los miembros más débiles y necesitados de su Cuerpo; ellos son como “los pies del Señor” , y es inútil pretender besar la cabeza de alguien mientras se le pisotean los pies.