Pascua es tiempo de alegría
y convicción de Fe.
Estamos gozando al celebrar el misterio central de nuestra Fe: la Pascua. Es el memorial que hacemos de Cristo, que se ofreció al Padre, y como víctima obediente aceptó ser juzgado y crucificado, y llegando hasta la muerte resucitó para vencer al pecado y a la misma muerte. ¡Qué gran Dios tenemos! ¡Qué grande es la Fe en este gran Dios! Aquí vemos cómo nuestra manera de pensar y de discernir las cosas son totalmente superadas, nuestra lógica superada por la “lógica de Dios”, que nos deja otra manera de pensar, sentir y de actuar, más allá de lo que humanamente podamos imaginar y entender. Jesús de Nazaret, Dios con nosotros, que por puro amor, por pura gratuidad y misericordia, comparte con nosotros su vida eterna. Todo por amor. Es por este misterio pascual de Jesús que somos liberados, somos purificados, perdonados y reconciliados. Con este misterio de la Pascua de Cristo, dejamos de ser simples espectadores, y pasamos a ser protagonistas, colaboradores de esta acción sagrada y salvífica: “Vayan enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va camino a Galilea” (Mt 28,7). ¡Qué buen Dios tenemos!
“Alégrense” “No teman” (Mt 28,5.10). Sí, estén alegres. Esta es la clave del tiempo pascual, es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esta época del año litúrgico, ni a un grupo selecto de personas, sino que es de todo momento e instalada en el corazón de cada cristiano, porque ¡Jesús, ha resucitado por todos y para todos! ¡Cristo vive! Y no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y se fue de vacaciones o se jubiló. No se ha ido dejando un recuerdo, un ejemplo de vida maravilloso. No, “¡Cristo vive!”. Hoy como siempre es “Dios con nosotros” y a tiempo completo. La Pascua nos revela que Dios no abandona nunca a los suyos, y esta Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida en nuestra vida.
La Pascua es el fundamento de nuestra Fe, tal como lo confirma San Pablo, que sin esta victoria sobre la muerte “toda predicación sería inútil, y nuestra fe estaría vacía de contenido y de sentido” (cf. 1Cor 15,14.18-19). Este es nuestro tiempo, esta es la Pascua, el Señor está vivo, ha resucitado, y ahora quiere que nosotros vivamos como resucitados. ¿Qué sería vivir como resucitados para nosotros? En la segunda palabra del Resucitado al salir al encuentro con María Magdalena y los discípulos podemos dar respuesta a esta inquietud: “Jesús salió a su encuentro y las saludó… les dijo: “No teman, digan a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán” (Mt. 28,9-10; cf. Jn 20,17-18). Vivir como resucitado es ser encontrado por Jesús, y dejarse enviar, y en el envío hacer lo que Él nos dice (Jn 2,5). Es volver a lo que nos pide y “esperar haciendo lo que nos indica”: “VAYAN A GALILEA. ALLÍ ME VERÁN”.
Volver a Galilea: condición para
“ver al Resucitado”.
Galilea será como la tierra, el espacio de nuestra vida, donde hemos de trabajar para recoger los frutos que hemos de cosechar en el camino con el Resucitado. Volver a Galilea es una invitación a la conversión al amor primero, a la actitud de servicio que al principio de nuestros compromisos teníamos, a la capacidad de andar en verdad que vivíamos cuando nuestro amor y nuestra fe eran creíbles para nosotros mismos; conversión al ejercicio responsable de la libertad, al gozo y a la paz de nuestra vida, a la forma en que vale la pena ser vivida, con la pureza, la inocencia y fidelidad del niño. Galilea es el lugar donde todo había comenzado. Así lo da a entender el mismo apóstol Pedro al anunciar al Resucitado: “Ya saben ustedes lo que sucedió en Judea, que tuvo principio en Galilea” (Hech 10,37), confirmando el lugar de encuentro con el Resucitado, para una vida en clave resucitada: renovada, purificada, perdonada, liberada, aceptada, amada. Es volver a tomar nuestra vida como vocacionados en lo que cada uno hemos prometido y comprometido en bien de nuestros prójimos: en casa y fuera de casa.