Espiritualidad y cuidado de la casa común

Celebramos en septiembre el mes de la creación para fomentar la responsabilidad del cuidado de la casa común y la importancia de la ecología.

Releyendo un magnífico libro (Para qué sirve realmente la ética, de la catedrática española Adela Cortina), encontré su comentario a una fábula clásica de Higinio muy parecida al relato bíblico de la creación. CUIDADO tomó un poco de barro y empezó a hacer una figura. Luego pidió a Júpiter que le soplara su espíritu. Lo hizo así, pero el dios exigió que a la criatura se le pusiera su nombre. Entonces apareció la Tierra, reclamando  ya que era barro.

En medio de la fuerte discusión, pidieron a Saturno que juzgase y decidiera, y él determinó lo siguiente: cuando la criatura muera, su espíritu será para Júpiter, y su cuerpo se devolverá a la Tierra. Pero como Cuidado fue el primero en modelarla, la cuidará durante toda su vida. Y la criatura se llamará hombre, hecho de “humus”, barro débil.

La conclusión y la enseñanza de la fábula es  –afirma Adela Cortina- que la esencia de los seres humanos consiste en la capacidad de cuidar. Todos vivimos gracias al cuidado de nuestra madre y nuestra familia, todos necesitamos cuidarnos unos a otros.

Cuidar es una palabra que expresa la actitud de desvelo, solicitud, atención, diligencia en relación con alguien o con algo. Y también la preocupación, el afecto, el amor la prevención para que no ocurra nada malo a ese alguien o algo.

El cuidado es el modo humano de estar en el mundo, Lo contrario (descuidar e incluso agredir, dominar, utilizar, dañar) es inhumano. Es lo que está acabando con las relaciones humanas y creando violencia, pobreza, miseria, expolio de la naturaleza. La “Carta de la tierra” de la UNESCO (2003) proclama por eso que “o hacemos una alianza global para cuidar unos de otros y de la tierra, o corremos el riesgo de autodestruirnos y de destruir la diversidad de la vida”.

Pensando ya en cristiano, desde la fe y para nuestra espiritualidad, recordemos que el Papa Francisco abordó el tema en su Carta Laudato si’ (2015), recogiendo el amor por la creación de Francisco de Asís y compartiendo la preocupación creciente de científicos y pensadores sobre los atentados contra la naturaleza.

La tituló precisamente “el cuidado de la casa común”, porque el plan de Dios y la responsabilidad de los seres humanos es labrar y cuidar el jardín del mundo (Gen. 2, 15): “Mientras labrar significa cultivar, arar o trabajar, cuidar significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras “(Laudato si’ 67).

Por eso, “Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26)” (LS 82).

Francisco insiste en que todo está conectado, y que la ecología debe ser integral: se debe cuidar la naturaleza y también los seres humanos, especialmente los más pobres, y esto tiene que ver con nuestra relación con Dios, con nuestra espiritualidad: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. … El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45)…

El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para

sobrevivir» (LS 93-95).