Espiritualidad y santidad

Espiritualidad y santidad

Espiritualidad viene de espíritu. El espíritu por excelencia es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Dios es el Espíritu SANTO, cuya acción propia es precisamente la santificación de los creyentes en el Dios de Jesucristo.

Hablar de espiritualidad cristiana es por eso hablar de santidad. Algo que debería ser evidente, pero que con frecuencia se olvida. ¿Quién habla hoy de santidad, de ser santo? Quizás decimos yo quiero ser bueno, yo quiero ser mejor, yo quiero ser buen cristiano, yo quiero ser fiel al Señor… Pero como que tenemos un cierto pudor en hablar

directamente de santidad, en decir yo quiero ser santo. Quizás porque eso de ser santo nos suena a algo raro, o lo identificamos con hacer cosas extraordinarias o incluso con hacer milagros, un destino reservado solamente a un pequeño grupo de personas.

Sin embargo, la santidad es la vocación del cristiano, el destino común de todos nosotros, la meta a la que estamos llamados. Eso sí, por caminos distintos y de diversas formas y sin nada extraordinario. La santidad no es hacer cosas extraordinarias, sino intentar vivir y hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias… Así queda claro en toda la Sagrada Escritura. La santidad es en el Antiguo Testamento un atributo de Dios, el Santo, pero también es el destino y la vocación de su pueblo. “Camina en mi presencia y sé santo” (Gen 17,1) le dice Yahvé a Abraham. “Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6) es su promesa a Moisés como base del Decálogo y el Código de la alianza. Israel está llamado a ser un pueblo santo, consagrado a Dios, a la escucha de su palabra, fiel a la Alianza, seguidor de la ley y los mandamientos, “sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda”, para ser feliz como quiere Yahvé (Deut 26,16-19; 28,1ss.). Esta vocación especial a la fidelidad y la santidad le será recordada siempre a Israel por los profetas y los sabios, llamándole a la santidad, la justicia y la conversión. El mayor de los profetas, Juan el Bautista, preparó y anunció la venida de quien bautizaría “en Espíritu Santo y fuego” y proclamaría las bienaventuranzas, el camino de santidad del Reino de Dios para ser santos, perfectos, como el Padre celestial (Mt 3,11; 5,1 ss.; 5,48).

Un dato bíblico curioso y significativo es la naturalidad con que Pablo, fariseo convertido en apóstol del Evangelio y proclamador de la misericordia y la gracia de Dios, se dirige siempre al inicio de sus cartas a los cristianos de las comunidades llamándoles simplemente “los santos”, “santos por vocación”, “santificados en Cristo Jesús”, “llamados a ser santos”, “santos y fieles”, “santos en Cristo Jesús”…¡Incluso en sus cartas a la comunidad de Corinto, que no pareciera ser precisamente una comunidad modelo!

El Concilio Vaticano II recupera esta perspectiva en su Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, estructurada ya de acuerdo con la nueva eclesiología, que no parte de la división de los cristianos en primera, segunda y tercera división (jerarquía, vida religiosa y laicos) sino que presenta la Iglesia como misterio de comunión (capítulo 1), que es el nuevo pueblo de Dios (c. 2), constituido por la jerarquía y los laicos (cc. 3 y 4), todos ellos participantes de la universal vocación a la santidad (c.5), de la que son testimonio los religiosos y religiosas (c. 6), en la Iglesia peregrina que camina al encuentro del Señor (c. 7) y cuyo tipo y modelo es la Virgen María (c.8). Un texto conciliar que debería ser conocido y reflexionado por todos los católicos (por supuesto, se encuentra también en internet) para tomar conciencia, con gozo y humildad, de que todos estamos llamados a la santidad. Una santidad que no depende de lo que hacemos o de nuestro estado de vida, sino de lo que somos y de la perfección del amor que ponemos en el seguimiento del Señor, la respuesta a nuestra vocación específica y el testimonio del Evangelio.

Y otra tarea todavía para quien quiera crecer en la auténtica espiritualidad cristiana y entender lo que es la santidad: leer y reflexionar la Exhortación apostólica Gaudete et exultate del Papa Francisco sobre El llamado a la santidad en el mundo actual. Publicada el 19 de marzo de 2018, fiesta de San José, su título (Gócense y alégrense) expresa ya la relación de la vocación a la santidad con la alegría del Evangelio, y su sentido con la realidad actual, todo ello con el lenguaje claro y directo, no difícil de entender, que caracteriza a Francisco. Una joya, mucho más valiosa, desde luego, que algunas lecturas pretendidamente muy “espirituales” en las que a veces perdemos el tiempo…

Para quien le interese, me comprometo a acompañar la lectura de esta Exhortación papal con mi cometario de cada semana.