El relato de Caín y Abel personifica la lucha del hombre contra hombre.
Cuando vemos rencor, envidias, peleas y hasta muerte entre hermanos, nos preguntamos: ¿Por qué no hay fraternidad entre los miembros de una misma familia o pueblo? ¿Qué hay en el corazón de la persona que no acepta a su hermano?
De estas realidades de envidia y pelea, de no aceptación del diferente, de violencia del fuerte contra el débil trata Gn 4,1-16. Es la historia de Caín y Abel, dos hermanos iguales y distintos.
Caín significa “querido por Dios” y Abel “soplo, fragilidad”. Caín es agricultor, un oficio más estable y seguro, en tanto que Abel es pastor, vive en la inseguridad y migra de un lugar a otro. Caín ofrece los frutos de la tierra a Yahvé y Abel los primeros animales nacidos de su rebaño.
Desde aquí se manifiesta la libre elección de Dios por los más débiles.
Dios escoge la ofrenda de Abel, no porque sea mejor, sino porque es el más débil. Entonces Caín, sintiéndose más fuerte, pero desplazado, busca eliminar a su hermano, porque ve en Abel el competidor que le roba el cariño de Dios.
En estas circunstancias, Dios asoma en la vida de Caín diciéndole que no se deje llevar por el enojo y la envidia. Pero Caín no hace caso a las palabras de Dios y mata a Abel.
Pero Caín no puede estar tranquilo; su conciencia lo acusa. Escucha la voz de Dios que reclama por su hermano débil, pero no se arrepiente, niega su actuación y da a Dios la peor respuesta. Dios exige justicia, porque la sangre de Abel grita desde la tierra.
Dios, que no quiere la muerte de sus hijos, salva a Caín haciéndolo errante. Es la vuelta a la debilidad. Ahora que es débil, errante y peregrino, Dios se compromete a protegerlo.
“¿Qué has hecho?”
La expresión “¿qué has hecho?” habla del horror de Dios ante la acción humana de destruir la vida del hermano. Dios había asignado tareas al ser humano, donde no estaba incluida la facultad de asesinar al próximo, destruyendo lo que Dios había creado.
La razón del asesinato es la envidia, el querer ser el otro, desear el destino del próximo y no aceptar el propio. Esta narración nos presenta la imagen del pecado como una fiera que acecha, como una fuerza que se apodera del hombre, pero a la cual puede resistirse.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
“CHRISTUS VIVIT”
(271-273)
El trabajo (II)
Para los jóvenes, el trabajo no se trata fundamentalmente de una tarea orientada a conseguir ingresos, sino que es expresión de la dignidad humana; es camino de maduración e inserción social y un estímulo constante para crecer en responsabilidad y creatividad.
No siempre, el joven tiene la posibilidad de decidir a qué va a dedicar sus esfuerzos, en qué tareas va a desplegar sus energías. Porque además de los propios deseos, capacidades y el discernimiento que uno realice, están los duros límites de la realidad.
Es verdad que no se puede vivir sin trabajar y a veces hay que aceptar lo que se encuentre; pero nunca se debe dar por vencido: enunciar a los sueños ni enterrar definitivamente una vocación.
Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso, entonces será capaz de hacer brotar sus mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega.
Saber que uno hace las cosas con un significado, como respuesta a un llamado, hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de plenitud.