Extracto de la homilía del arzobispo de Panamá, monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, en la misa que da inicio al sínodo de los obispos en la Arquidiócesis
Hermanos y hermanas:
Este domingo acontece algo excepcional para la Iglesia Católica. Se abre el SÍNODO, con la finalidad indicada en este título: Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión. El pasado domingo 10 de octubre, lo inauguró solemnemente el Papa Francisco en Roma, pero este domingo se inaugura en todas las Iglesias diocesanas del mundo.
Todos iguales para servir
Por eso, el sínodo arranca de la fe de cada uno de nosotros, para ejercitarla y acrecentarla, fortificándola desde la experiencia en nuestras vidas de la acción del Espíritu Santo.
Les invito a que nos detengamos en una palabra que resonará constantemente durante dos años, y que es a la vez un deseo: “Sinodalidad”. Esta palabra viene del griego y significa “hacer camino juntos”, o sea, ser “compañeros de camino”. Y, al ser compañeros, entendemos que la voz de todos vale, de todos, no solo de unos pocos, de la jerarquía o de algunos que se creen “iluminados”. Porque sinodalidad es caminar juntos en la Iglesia Universal, pero también en cada país, en cada diócesis y en cada parroquia.
La palabra “sínodo” contiene todo lo que necesitamos entender: “caminar juntos” hombres, mujeres, jóvenes, niños, ancianos, bautizados no bautizados, los de dentro los de afuera, los que me agradan y los que no me agradan, religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos: Todos somos compañeros de camino.
Comunión, participación y misión
En su discurso inaugural del Sínodo, el Papa ofrece las tres palabras clave para este caminar sinodal: comunión, participación y misión. Ya el Concilio Vaticano II precisó que la comunión expresa la naturaleza misma de la Iglesia y, al mismo tiempo, afirmó que la Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino».
En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia. Por esta razón, el Sínodo nos ofrece una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica, pero no está exento de algunos riesgos.
Un Sínodo distinto
Es la primera vez en la historia en que en un sínodo se vive la descentralización de las consultas, para la toma de decisiones fundamentales. La Iglesia Católica quiere vivir una verdadera transformación para responder desde el evangelio a los grandes desafíos del mundo actual.
Estamos en un proceso más que democratizador, estamos en un proceso de comunión y discernimiento consenso a la vista del mundo, para tomar decisiones futuras, sobre la Iglesia Católica, pero no de cualquier forma. Hemos de dejarnos llevar por el Espíritu Santo, para abrirnos a la escucha de los “otros”, de los que están hasta alejados del quehacer de la Iglesia.
Miedo al cambio
Algunos tendrán temor ante esta novedad, porque pensando como el mundo, sentirán que se pierde “el poder” al hacer partícipes a todos de este proceso sinodal, donde se tomarán grandes decisiones, a través de consensos, para la transformación de la Iglesia.
Este Sínodo es algo nuevo para obispos y sus diócesis, los párrocos y sus parroquias, comunidades y familias y el gran reto es cómo nos podemos involucrar. La sociedad reclama cambios a la Iglesia y hay que estar abiertos a la escucha”.
Este sínodo nos coloca a todos en una dinámica horizontal, donde la jerarquía pasa a otro plano, para dar paso al encuentro de cada uno con el otro, según su rol o ministerio.
Existe entre todos nosotros una igualdad fundamental, y por lo tanto una responsabilidad fundamental. Estamos y somos Iglesia porque libremente hemos aceptado la llamada de Dios que nos convoca gracias a nuestro bautismo, a ser partícipes de su Pueblo que camina hacia la Salvación.
Sínodo de la sinodalidad
La Iglesia es por su naturaleza profundamente sinodal. El sínodo nos pide que redescubramos estas raíces, que implicará un proceso de aprender juntos con humildad, cómo Dios nos llama a ser Iglesia en el tercer milenio.
Justamente este Sínodo viene convocado para analizar el modo en que caminamos juntos en nuestra parroquia, en nuestros movimientos, y en nuestra diócesis y en la Iglesia Universal. Pero hemos de fijarnos por ahora en lo más cercano. Preguntarnos por las experiencias de sinodalidad que vivimos en nuestra parroquia o comunidad; que alegrías encontramos en este caminar juntos; que dificultades y heridas hemos encontrado o provocado; que intuiciones hemos tenido de cara a reanudar mejor nuestro camino eclesial.
En este análisis hemos de ser sinceros, valientes y humildes. No se abre el proceso para llevar a juicio a nadie, pero sí que es necesario estar abiertos a recoger o anotar las deficiencias que se vislumbran en algunas actuaciones de algunas personas. El modelo a seguir es el de Jesucristo, que se pone en último lugar y que lava los pies a sus discípulos.
Un camino nada fácil
El Santo Padre nos hace saber que no será un camino fácil. Advirtió que “Caminar juntos -laicos, pastores, Obispo de Roma- es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.
Para lograrlo, dice el Papa, debemos centrarnos en la Sagrada Escritura y en la Eucaristía: “la Eucaristía, principio de unidad, es el alimento que nos da la fuerza para que la vía estrecha y difícil de la sinodalidad sea posible. Sólo desde la fuerza de la Eucaristía podremos hacer camino en este compromiso sinodal”.
El importante es Dios, y Él es el que nos llama. Lo primero que tenemos que hacer es aprender a escuchar la voz de Dios. Y aprenderlo en comunidad.
La respuesta debe ser vivencial; debe responder a mi experiencia compartida o no con los demás. Sin duda podemos hablar del “deber ser”, pero es mejor que respondamos desde la realidad que percibimos, aunque sea muy circunstancial y de cortos vuelos.
Permítanme repetirlo: SÍNODO Es hacer CAMINO JUNTOS. Iremos todos en la misma dirección y al mismo lugar, NO VAMOS NOSOTROS. Nos dejamos hacer, y llevar por el Espíritu, en comunión con los hermanos.
El Espíritu
No olvidemos nunca que «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables», (EG 178).
Por eso, nuestra confianza la pondremos siempre en el Espíritu, Él es quien le da un sentido eclesial a lo que hacemos y nos sitúa unos junto a otros.
Pero eso sí, seamos conscientes de que la Iglesia nunca ha estado cerrada a aprender desarrollos y estrategias que pudieran conectar con la cultura del hombre actual.