Domingo: Primer día de la semana. Dos discípulos van de Jerusalén a Emaús, conversan sobre todo lo que había sucedido a Jesús. Él se les acerca como un desconocido, entra en la conversación, los discípulos no lo reconocen. Jesús se interesa, quiere saber que les preocupa, ellos parecen extrañarse: “¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?” Los discípulos cuentan lo sucedido; aun así no lo reconocen.
Jesús muestra que el camino para entender su persona y actividad es la lectura de la Biblia: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso, y entrara así en su gloria?” Jesús mismo va mostrando todo lo que en las Escrituras se refiere a Él. Muestra que realizó lo que Dios pedía y prometía: libertad y vida y, que las primeras comunidades fueron descubriendo el sentido de la vida de Jesús en la lectura comunitaria.
El riesgo es quedarse sólo en la lectura, saber mucho sobre Jesús, sin experimentarlo. ¿Cómo hacer la experiencia? Los dos discípulos llegan a su destino. Jesús hace el gesto de seguir. Ellos insisten que se quede. Jesús acepta, se sienta a la mesa con los dos. Es la celebración de la Eucaristía, celebración del compartir; signo del mundo nuevo, donde las relaciones de poder son sustituidas por la fraternidad y, las económicas por el espíritu del compartir. Pero ¿de qué sirve celebrar la Eucaristía y no realizarla en la vida concreta?
Los dos discípulos regresan a Jerusalén, al encuentro de los apóstoles y anuncian todo lo que presenciaron. A su testimonio los apóstoles añaden la confirmación “Realmente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”.