El Santo Padre les invita a ser protagonistas de la esperanza, transformando el mundo con fe y compromiso.
Marco Enrique Salas
Poeta y teólogo/@soymarcosalas
El papa Francisco, en la apertura de la Puerta Santa del Jubileo de la Esperanza, ofreció una invitación urgente a los jóvenes del mundo: ser testigos vivos de una esperanza que transforma. En sus palabras, la esperanza cristiana no es un final feliz que aguardamos pasivamente, como en una película. Es, más bien, una promesa que debemos acoger y vivir aquí y ahora, incluso en medio de un mundo que sufre y gime.
El mensaje del Papa nos llama a no conformarnos con la rutina ni a refugiarnos en la comodidad de nuestros logros personales. Nos pide que no aceptemos la mediocridad, la pereza o el miedo a comprometernos.
Como jóvenes, somos llamados a soñar con valentía, a indignarnos frente a las injusticias y a trabajar incansablemente por el sueño de Dios: un mundo donde reinen la paz y la justicia.
Hoy, las desolaciones que el Santo Padre menciona — «las guerras, a los niños ametrallados, a las bombas sobre las escuelas y sobre los hospitales»— parecen abrumadoras.
Sin embargo, estas realidades no deben paralizarnos. Al contrario, son el terreno donde germina la esperanza… una esperanza que no tolera la pasividad.
“La esperanza no es pasiva; exige compromiso, valentía y acción para construir un mundo mejor”.
Ser jóvenes de esperanza implica asumir nuestra responsabilidad, no como un peso, sino como una oportunidad para transformar nuestro entorno.
La esperanza exige alzar la voz contra el mal, salir de nuestra zona de confort y arriesgarnos a comprometer nuestras vidas por el bien de los demás.
Nos invita a abrazar una fe que no se limita a lo espiritual, sino que se traduce en gestos concretos de compasión y justicia. En palabras de Francisco: «la esperanza cristiana nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece y exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad y nuestra compasión».
Aprendamos de los pastores que corrieron al encuentro de Jesús en aquella noche en Belén. Su esperanza no fue pasiva ni temerosa; fue valiente y decidida. Así también debemos ser nosotros: jóvenes en movimiento, inquietos por construir un mundo mejor, animados por la certeza de que Dios camina con nosotros.
Este Jubileo nos recuerda que la esperanza cristiana no es un simple optimismo, sino un compromiso con la promesa de Dios. Nos llama a mirar más allá de nuestras limitaciones, a unirnos en comunidad y a ser testigos del amor transformador de Cristo.
Jóvenes, este es nuestro momento. La esperanza que llevamos dentro tiene el poder de cambiar el mundo. No tengamos miedo de soñar, de arriesgarnos y de construir juntos un futuro donde la justicia, la paz y la dignidad humana sean una realidad para todos y todas.
Tú tienes «el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido», (Papa Francisco).