La historia siempre hay que tenerla en cuenta, ya que con ella aprendemos a mirar el pasado para aprender de los aciertos y errores que se hayan tenido para luego proyectar el futuro con esperanza. Con base a esto, la historia de la catequesis nos enseña que a través de los siglos se ha tenido que reflexionar sobre la manera en que se ha ido profundizando el mensaje cristiano. Cada época tiene sus situaciones particulares, y no es conveniente, que se llegue a juzgar las decisiones tomadas con buena voluntad, en épocas anteriores, con la luz que la Iglesia tiene hoy.
Estamos llamados a hacer propuestas, que nos lleven a cumplir esa misión de educar en la fe, transmitir el mensaje con cimientos sólidos y de manera comprensible a sus destinatarios.
Hoy más que nunca hay que prestar atención, en la acción catequética. Sin mala intención, muchas veces se proyecta a una sola clase de destinatario. En una misma diócesis puede haber comunidades parroquiales integradas por personas que tal vez no tengan la misma formación académica y se proponen materiales un poco elevados o viceversa. Se dan temas demasiados sencillos.
Tal vez la falta de recursos, de agentes de pastoral u otras situaciones llevan a unificar todo este material, pero si la catequética va a ser una reflexión sobre cómo hacer que la persona comprenda mejor el mensaje evangélico, entonces habría que ver cómo lograr particularizar el contenido.
Cada persona vive una realidad concreta en su vida, y que hay que tomar muy en cuenta para que pueda asimilar provechosamente la catequesis que se le imparte. Se puede tener toda la reflexión teológica para que una catequesis sea perfecta pero si no sabemos transmitir ese mensaje, no habrán motivaciones. Todo un desafío que nos compromete a preparar muy bien a los catequistas.