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La Iglesia Católica en nuestra historia Patria

La Iglesia Católica en nuestra historia Patria

En la independencia de Panamá de España (1821) y en la separación de Colombia (1903), la iglesia fue protagonista en cada uno de estos sucesos históricos, y se adhirió al ideario independentista y separatista del pueblo panameño.

 

Por Armando Muñoz Pinzón.

Panamá se emancipó del dominio español el 28 de noviembre de 1821, si bien antes se produjo el primer Grito de Independencia en la heroica Villa de los Santos el 10 de noviembre del mismo año, en el que figura el clérigo José María Correoso, acto seguido, se anexó voluntaria y espontáneamente a la República de Colombia.

En este suceso histórico cabe destacar la actuación de la Iglesia católica, que se adhirió plenamente al ideario independentista del pueblo panameño y sus dirigentes (Blas, Mariano y Gaspar Arosemena), que apoyaban la gesta libertaria americana.

 

Iglesia en el movimiento

El obispo de Panamá, fray José Higinio Durán Martel y Alcocer ((1760-1823) participó activamente en el movimiento.  Al respecto, la historiadora Argelia Tello afirma que en “Panamá, el obispo junto con el cabildo eclesiástico tuvo una relación estrecha con los criollos comerciantes con quienes sus simpatías por la independencia”.

Es así que en el Acta de Independencia están estampadas las firmas del obispo Durán (peruano), que aparece en segundo lugar, y de los clérigos panameños Juan José Martínez, arcediano de la Iglesia Catedral, y Manuel José Calvo, cura del Sagrario.

Asimismo, tuvieron actuación, aunque no firmaron el Acta, los presbíteros Andrés Zamora y Juan de Arosemena.  Igualmente, debemos resaltar la exhortación predicada en la Iglesia Catedral por el Dean vicario general del Obispado, Juan José Martínez, el 25 de febrero de 1822, con motivo de jurarse la Constitución de la República de Colombia.

 

Auxilio económico

Dada la postración económica que registraba el Istmo en esos días, el obispo Durán ofreció auxilio económico al nuevo Gobierno.  Para ello convocó al cabildo eclesiástico y a sacerdotes notables de la capital, en el que se aprobó otorgar un préstamo de 60,000 pesos con un interés de 5% anual, obtenidos de la venta de algunos bienes de la Iglesia para atender gastos urgentes.

 

Con el advenimiento de la República, a raíz de la secesión del 3 de noviembre de 1903, la Iglesia católica participó en los actos oficiales de constitución del nuevo Estado.

 

Particularmente en la misa y el Te Deum que ofició el obispo Francisco Javier Junguito (1841-1911) quien ocupaba la silla episcopal en Panamá.  Asimismo, el Bautizo de la Bandera estuvo a cargo de fray Bernardino de la Concepción García. 

A partir de 1904, apoyada en la legislación expedida por el Gobierno del Dr. Amador Guerrero, los clérigos desplegaron una fructífera labor educativa a favor de la niñez y la juventud, llevada a cabo por la Orden de los jesuitas y los padres agustinos.

 Además, sobresale la importante labor docente emprendida por los sacerdotes salesianos y los hermanos lasallistas, así como también la creación de la Escuela de Indígenas en la ciudad capital y el proyecto de civilización de indígenas a cargo del padre misionero Leonardo Gassó, en San Blas.

 

Discrepancias y roces

No obstante, las relaciones entre la Iglesia y el primer Gobierno de la República no fueron del todo armónicas, ni exentas de roces.  La aprobación de la Constitución de 1904, sancionada por el Poder Ejecutivo el 15 de febrero de ese mismo año, produjo cierta discrepancia entre la Iglesia y el Gobierno, pues en el nuevo Estatuto Fundamental se eliminó la norma de la Carta Política colombiana de 1886, que rigió en el Istmo hasta la separación en 1903, la cual decía: “La religión católica, apostólica, romana es la de la Nación” (artículo 38). 

En cambio, nuestra primera Carta, de forma más moderada, estableció: “Se reconoce que la religión católica es la de la mayoría de los habitantes de la República” (artículo 26). 

Otro tanto aconteció con la cuestión de la deuda pendiente del Gobierno de Colombia con la Iglesia panameña, que el nuevo Estado se negó a admitir, pues las gestiones del obispo Junguito para su reconocimiento resultaron infructuosas.  Empero, el prelado con la prudencia y la tolerancia que lo caracterizaban, pudo realizar su labor espiritual en Panamá hasta su deceso en 1911.