Todas las religiones hacen presente a Dios, y eso crea fraternidad y compromete a defender la justicia y construir la paz. Entre las religiones es posible un camino de paz.
P. Miguel Ángel Keller, osa
Al final de la Encíclica Fratelli tutti (FT), Francisco concluye con una cuestión que le preocupa mucho y le ha llevado a multiplicar los encuentros ecuménicos y diálogos interreligiosos durante todo su pontificado: la ruptura de la fraternidad por motivos religiosos, la violencia, la guerra e incluso el terrorismo desencadenados o impulsados desde las religiones o en relación con ellas. Vuelve por eso a recordar, como al principio de la Encíclica, su encuentro con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb y su declaración conjunta (FT 285):
“Declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres. […] En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente». Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar, afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias; de los débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en cualquier parte del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras.
En nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales. En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe. En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada rincón de la tierra. En el nombre de Dios y de todo esto […] “asumimos” la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio»
En ese espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, Francisco se sintió motivado especialmente por san Francisco de Asís y el beato Carlos de Foucauld, pero también por otros hermanos no católicos, como Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más.
Cantamos “Noche de Paz” en Navidad.: Todas las religiones hacen presente a Dios, y eso crea fraternidad y compromete a defender la justicia y construir la paz. Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!» (FT 281). La violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones.