Los corruptos vamos a misa

Los corruptos vamos a misa

Hay dos clases de corruptos. Los corruptos activos y los corruptos pasivos. Activos son los que matan, roban, mienten, ofenden o hacen daño de la manera que sea. Pasivos son los que se callan o se cruzan de brazos ante los atropellos y las injusticias que cometen otros y que se tendrían que denunciar, pero los corruptos pasivos se callan o se quedan quietos, para no complicarse la vida.

Con la actividad de unos y la pasividad de otros se produce la sociedad corrupta, engendro de todas las violencias y causa de indecibles sufrimientos. Cuando se llega a este extremo, ya no se trata solamente de que, en un país concreto, haya personas corruptas. Eso siempre ha ocurrido. Pero cuando la corrupción se generaliza, ya sea por la acción de unos o por la omisión de los demás, entonces – y es el caso de lo que estamos viviendo ahora mismo- lo que ocurre es que el tejido social se daña hasta el extremo de tener que hablar, con todo derecho, de una sociedad corrupta.

Como es lógico, en una situación así, se echa mano de la codicia de unos, de la ambición de otros, de la desvergüenza de los poderosos y del miedo de los cobardes, etc, etc. Y todo eso es verdad. Pero, no sé si para aportar algo de solución o quizá para echar más leña al fuego, a todo lo dicho, yo quiero añadir un elemento más. Me refiero a la religión. Y digo esto porque se me antoja que la religión está desempeñando, en esta desdichada situación, un papel más importante de lo que quizá podemos sospechar.

¿Por qué quienes decimos que somos personas religiosas estamos tan calladitos y tan sumisos a este estado de cosas tan inhumano y tan deshumanizador? Me temo que, como ya dijo lúcidamente Martin Luther King, “el silencio de las buenas personas” es lo que más daño nos hace a todos.