“María y la Resurrección de Cristo”, Monseñor José Domingo Ulloa.

“María y la Resurrección de Cristo”, Monseñor José Domingo Ulloa.

redaccion@panoramacatolico.com

 Al finalizar esta semana de Pascua, en este sábado dedicado a la memoria de María, el Arzobispo propuso a las madres callar un poco, orar más, intentado que sus palabras sean como las de María, que guardó todo en el corazón.

La homilía fue dedicada a las madres y a ellas le dijo que tenían que admitir su acción es muy limitada y que no se trata tanto de controlar y dirigir como de acoger y acompañar, como lo hizo María.

Aconsejó a la oración constante, silenciosa, respetuosa, y como Santa Mónica, madre San Agustín, dejar a tus hijos al cuidado del Señor, “en brazos de la María, bajo su manto, vas a vivir la maternidad con más serenidad”.

“Si somos fieles a la oración por nuestros hijos, veremos cosas más grandes y bellas de las que nos atrevemos a pedir”, dijo confiado Monseñor José Domingo Ulloa.

Dijo que todas las prerrogativas de nuestra María derivan de su participación en la Pascua de Jesús. “Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no perdió la esperanza”, afirmó, y que, así como la contemplamos como Madre de los dolores, al mismo tiempo, la observamos como Madre llena de esperanza. 

“A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual”, señaló a los televidentes que siguen todas las mañanas la Misa transmitida por FETV y Radio Hogar.

 

Fue claro al señalar que imitar a María no nos llevará como destino final a Ella misma sino a Dios, y todo lo que pasa por María no se queda en Ella, sino que va para Dios. La existencia misma de María no es por su poder sino por la gracia del Espíritu Santo. 

“María es mediadora y no centro. María es intercesora y no centralizadora”, recordó y reiteró la invitación a callar un poco, orar más, intentar que nuestras palabras sean como las de María. 

“Les propongo guardarlo todo en el corazón y decir a voz en grito: ¡hágase en mí según tu Palabra! permite que renazca la alegría en mi vida y todo ello porque CRISTO HA RESUCITADO”, acotó.

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla de su casa.

Homilía Sábado de Pascua

María y la Resurrección de Cristo

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta

 

Hermanos y hermanas:

Jeremías 31, 16-17:

 “Deja de llorar y enjúgate las lágrimas. Todo lo que has hecho por tus hijos te será recompensado. Volverán de la tierra del enemigo. Hay esperanza en su porvenir. Tus hijos volverán al hogar. Lo digo Yo, el Señor”.

Querida mamá, en este domingo quiero compartir contigo el gozo de María, por la resurrección de su hijo. 

Recuerda en la educación de tus hijos, hay un momento en el que has de tomar conciencia de tus límites y de aceptar que no puedes abarcar el universo de un hijo, ni conocer su alma en toda su complejidad y profundidad. 

Admitir que tu acción es muy limitada y que no se trata tanto de controlar y dirigir, como de acoger y acompañar, como lo hizo María.

Los hijos no nos pertenecen y, aunque los queremos con locura, no siempre acertamos con ellos.  Las teorías educativas y la psicología pueden ser útiles, pero lo que caracteriza el amor de una madre no es la perfección, la inteligencia, la capacidad de acertar y de elegir el método educativo correcto, sino la ternura y el amor desinteresado. 

La mansedumbre y la paciencia, siempre dispuestas a esperar y acoger. Porque el amor de madre es un amor que ensancha el corazón de modo que empiezan a caber en él, amigos de nuestros hijos, sobrinos, ahijados, adultos heridos, etc. 

Por eso, la oración de una madre es silenciosa, respetuosa, no es invasiva, ni obsesivamente controladora, pero de una enorme eficacia. A veces inmediata y a veces lenta y fatigosa.

Por eso, que mejor ejemplo para las madres de hoy que el de Santa Mónica. Sus hijos, como los nuestros, crecieron en un mundo hostil para la fe, en una cultura tóxica, en plena caída del imperio romano y degradación de las costumbres. 

San Agustín creció y vivió su adolescencia en el ambiente pagano del África romana y luego se fue a estudiar a Cartago, “sartén de amores depravados”. 

En ese ambiente intelectual, el cristianismo era ridiculizado, pero ella transmitió a su hijo Agustín la pasión por la verdad y la sabiduría. 

La madre acompañó al hijo sin impacientarse, respetando sus tiempos, pero firme en la oración y confiada en que “es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”.

Ella empleó todos sus recursos para “salvar” a su hijo: se embarcó rumbo a Roma, después de que Agustín la dejara en tierra mintiéndole. Una vez en Roma, embarcó hacia Milán porque Agustín ya había partido sin esperarle. 

Una vez allí, va a hablar con el obispo San Ambrosio para que oriente a su hijo. No se arredra, ni se viene abajo ante los desplantes y mentiras de Agustín, que la deja en tierra una y otra vez.

Pero ella fue capaz de transformar la preocupación en oración y, solo en ocasiones, en acción. 

Por eso, al dejar a tus hijos al cuidado del Señor, en brazos de María, bajo su manto, vas a vivir la maternidad con más serenidad.  Donde la oración de una madre no es un recurso psicológico para quitarse presión y relajarse. Y así sufrir menos, sino de gestarlos y dar a la luz de nuevo con nuestra oración. 

Queridas mamás, en el día de hoy pedimos al Señor que tú, igual que Mónica vivió finalmente su noche de Pascua, en la que San Ambrosio bautizó a Agustín y a varios de sus amigos, cada una de ustedes pueda vivir su Pascua particular como madres. Y puedas decir como ella, antes de morir, me lo has dado con creces» (Confesiones IX, 10, 26), al recordar la conversión de su hijo. 

Nunca se te olvide, el Señor a veces se hace esperar, pero es magnánimo al dar y nos das con creces, y dio “con creces “a Mónica, lo que le pidió durante toda una vida: un hijo santo con un designio altísimo del Cielo, que ella desconocía.

 San Agustín tenía un espíritu tan grande y con tal capacidad de acogida como el corazón de su madre, que gestó de nuevo a aquel niño con el dolor de su corazón. 

Si somos fieles a la oración por nuestros hijos, veremos cosas más grandes y bellas de las que nos atrevemos a pedir.

 Por eso, madres, hoy te invito a que sigas soñando, y nos quedaremos cortos porque la victoria final es de Cristo.

En este tiempo de Pascua, junto a María, demos un paso más en la fe, que no es solo creer que Dios lo puede todo, sino saber que Dios lo hará.

Por eso muy bien decía:  San Juan Pablo II: “Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección”.

Al finalizar esta semana de Pascua, en este sábado dedicado a la memoria de María, los invito a pensar en su alegría. Así como su dolor fue tan íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría fue íntima y profunda, y de ella los discípulos podían tomar. 

Aunque poco sabemos de cómo fue la vida de la virgen después de la resurrección de Jesucristo, me atrevería a decir que realmente Ella vivió con alegría, energía y prontitud aquel encargo de ir por el mundo haciendo discípulos del Señor.

Para María, la resurrección de Jesús tuvo un valor especial. Ella tuvo que vivirlo de forma muy distinta a los demás, porque de Ella nació Jesús, Ella lo crio y Ella lo vio crecer.

 Ella aprendió a guardar las cosas en su corazón al verlo predicando en el templo delante de los sacerdotes, contando Jesús con apenas nueve años. Ella lo vio madurar, y de Ella se despidió cuando se fue al desierto para prepararse al camino de su vida pública.

 Ella lo animó a hacer su primer milagro en aquella boda de Caná, Ella escuchó decir que su madre y sus hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios y la ponen en práctica y…. Ella lo vio, y lloró amarga y desconsoladamente, roto y clavado en la cruz.

¿Hay algo que duela más que un hijo? La resurrección de Jesús supuso para María revivir gozosamente la inolvidable frase del ángel Gabriel: “Para Dios no hay nada imposible”.

 Decía San Agustín, que vivir el tiempo de Pascua consistiría sencillamente en imitar con prontitud las virtudes de María. 

 Imitar a María no es caer en la adoración hacía ella únicamente. El imitar a María es unirnos más a Jesús, porque él se complace al ver que en nosotros hay algo de su madre amadísima.

 Jesús nunca nos daría, como modelo a imitar, a alguien que nos apartara de él, así que si nos dio a la Santísima Virgen fue porque ciertamente en ella encontramos a una persona humana que se dio a la causa del amor, que resistió el dolor de ver morir a su propio Hijo en la Cruz, que ante todo, respondió a la voluntad del Padre porque no cualquiera se lanza a la misión que María tuvo, no cualquiera resiste los dolores que ella experimentó, en fin, en ella tenemos a una amiga, a una compañera y sobre todo a una madre en quien confiar.

 Por eso, todas las prerrogativas de nuestra María derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. 

Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo, Ella no perdió la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los dolores, pero al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.

A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. 

La pregunta que podemos hacernos sería ¿y cómo imitar a María hoy? La respuesta está en su vida, destacaría ocho detalles:

– Ante un mundo difícil, María nos invita a ser comprensivos.

– Ante un mundo marcado por el dolor, María nos recuerda la grandeza del amor de Dios.

-Ante un mundo teñido por la crítica fácil, María nos exhorta a valorar lo mejor del otro.

– Ante un mundo con tantas prisas, María nos señala el camino del Sagrario.

– Ante un proyecto de bien, María nos anima a seguirlo, porque en verdad Ella siempre nos está ayudando. 

– Ante un mundo que no cree en Jesús, María nos dice: “haced lo que él os diga.

– Ante un mundo cómodo, María nos alienta a ponernos en camino para animar a los demás, al igual que hizo ella con su prima Isabel.

– Ante la incomprensión de los demás, María nos alienta a ir contracorriente y confiar en Dios.

Imitar a María no nos llevará como destino final a Ella misma sino a Dios, todo lo que pasa por María no se queda en Ella, sino que va para Dios. La existencia misma de María no es por su poder sino por la gracia del Espíritu Santo, ante esto, no tengamos miedo en ser muy de María porque Ella es la madre de Jesús, quien nos ama y precisamente porque nos ama nos ha dado a su propia madre. María es puente y no isla. María es camino y no meta. María es mediadora y no centro. María es intercesora y no centralizadora. 

Sugerentes pueden ser estas palabras de San Juan Pablo II: “Si al contemplar, rezar y bendecir a la Virgen, no nos acercamos más a Cristo y nos encontramos con él, no habremos entendido nada de lo que ella es”.

María es la nueva Eva:  Si Eva pecó, María venció; Si Eva desobedeció, María obedeció. Imitar a María sería ir dejando la Eva que llevamos dentro para ser como María.

Decía San Juan Pablo II: “Si todos imitásemos a María, el mundo sería nuevo. Nuestra vida en ocasiones es dura, nos presenta capítulos difíciles, se tiñe de colores oscuros…. María nos dice: Adora y confía, para Dios nada hay imposible”.

Además, María es la madre del silencio. Hay un precioso libro de Ignacio Larrañaga: “El Silencio de María”, en el que el autor señala como la clave de toda la vida de María está en su silencio, en guardarlo todo en el corazón, en ser dueña de sus silencios ofrecidos al Padre. 

En nuestro mundo se habla demasiado, en nuestra sociedad no hay silencio, María es la madre del silencio, tal vez no tanto exterior como interior. Sin silencio no se puede entender la vida de María.

Les propongo para esta semana callar un poco, orar más, intentar que nuestras palabras sean como las de María. Les propongo guardarlo todo en el corazón y decir a voz en grito: ¡¡¡ hágase en mí según tu Palabra!!!, permite que renazca la alegría en mi vida y todo ello porque CRISTO HA RESUCITADO.

En un momento de tristeza de Santa Teresita le rezó a la Virgen, y como ella cuenta en «Historia de un Alma»:

«De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen. En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría… ¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué feliz soy!

 

Señora Nuestra, Madre de la alegría

 

Tú que en tu peregrinar por este mundo experimentaste necesidades similares a las mías, tú que espérate siempre contar toda esperanza, ahora te gozas en la Resurrección de tu hijo, intercede por mis y tus hijos.

Hoy preciso de Ti, necesito esa luz de tus ojos serenos y esa esperanza de tu rostro amable, necesito que vuelva a mí la confianza, la esperanza, la alegría y la felicidad. 

Virgen de la sonrisa, devuélveme el ánimo, trae a mi vida todo lo bueno 

y haz que se acabe tanta intranquilidad y desasosiego.

Alcánzame el consuelo de tu Hijo Jesús, dame alivio en mis angustias y problemas, y ayuda en mis preocupaciones y dificultades; dame amparo y protección en mis luchas y adversidades.

Te ofrezco a mis hijos. Tú me los diste, ellos te pertenecen para siempre; yo los educo para Ti y te pido que los conserves para tu gloria.

Señor, que el egoísmo, la ambición, la maldad no los desvíen del buen camino.

Que ellos tengan fuerza para actuar contra el mal y que el móvil de todos sus actos

sea siempre y únicamente el bien.

Dales luz, fuerza y alegría en esta tierra, Señor, para que ellos vivan para Ti en esta tierra; y que, en el cielo, todos juntos, podamos gozar de tu compañía para siempre.

Madre de la Alegría, Madre de la Sonrisa, Madre Generosa, derrama tu consuelo en todos los que estamos tristes y cansados, en los que pasamos por depresión y desaliento, derrama tus milagrosas bendiciones sobre todos nosotros y no dejes de rogar a Dios por nuestra felicidad.  Amen

La Pascua, en la que se conmemora la Resurrección de Cristo, también invita a los cristianos a orar en la alegría del Señor; y una de las oraciones más significativas en el tiempo es la antífona del ‘Regina Coeli’ o Reina del Cielo.

La oración mariana, que sustituye durante la Pascua al tradicional Ángelus, se reza al igual que éste tres veces al día: al amanecer, al mediodía y al atardecer, como una manera de consagrar el día a Jesús por medio de su Madre Santísima. 

Mientras que el Ángelus se centra en el gran misterio de la Encarnación, la oración ofrecida a la Reina del Cielo está centrada en el sublime misterio de la Resurrección, por eso se reza desde las Completas del Sábado Santo hasta la hora nona del sábado posterior a Pentecostés, tal como está escrito en el Breviario Romano.

Termino dirigiéndome a cada una con esta oración con la que los católicos del mundo le rezamos en este tiempo Pascual.

G: Reina del cielo, alégrate, aleluya.

T: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.

G: Ha resucitado según su palabra, aleluya.

T: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

G: Goza y alégrate, Virgen María, aleluya.

T: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.

Oremos:

Oh Dios, que, por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.

 

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ