La jubilación deja en la persona en una desocupación difícil de digerir y de no saber qué hacer en adelante con la vida, cuando se siente aún con fuerzas y valioso. Después de un montón de años acostumbrado a estar ocupado trabajando, para muchos se hace dura esa ociosidad obligada.
En los países que gozan de alto progreso social, la cosa se atenúa, se hace más llevadera, porque se percibe una pensión económica satisfactoria como recompensa por los años trabajados; y porque la sociedad misma tiene en cuenta el problema de la desocupación, proporcionándoles unos centros de esparcimiento de convivencia con otros jubilados. Pero en países en vías de desarrollo, la pensión que dan es como para pasar penurias de toda clase, miserable recompensa por toda una vida sirviendo con el trabajo.
Ocurre que no sabe uno a dónde ir para “matar el tiempo”. Si lo aprovecha ahora que puede, para dormir más tiempo que antes, se le llama ocioso; y si no lo hace así, le dirán que para qué se levanta tan temprano. Si no sucede que se le echa en cara esa mísera pensión que percibe.
El trabajo le impedía poder gozar de la compañía de su pareja, ahora, cuando ya no trabaja y podría gozarlo, se lo prohíben de cualquier modo. Sólo le queda aguantarlo sin saber cuántos años tendrá que sufrir, ni tampoco cómo atenuarla. Sus sentimientos negativos son, a veces, muy fuertes. Al verse no comprendido, le resulta muy difícil desahogarse comunicándolos como son a quienes le rodean, a no ser a los amigos fuera de casa.