Los Movimientos Laicales de la Arquidiócesis de Panamá continúan con la campaña de valores, en esta edición con el tema del respeto y la tolerancia como la vía para vivir en paz y armonía.
Redacción
En todas nuestras familias hay quienes les gusta más leer y otros quienes les gusta el cine. Unos prefieren la playa y otros las montañas. Bien dice el dicho que “para gustos los colores”.
Somos diferentes unos de los otros. Cada uno de nosotros es único e irrepetible.
Todos tenemos cualidades que nos complementan unos a otros. También tenemos defectos, pero estos defectos no nos caracterizan. Lo que nos caracteriza son las cualidades y virtudes. De nosotros depende ver esto último y no quedarnos con lo negativo.
Para vivir en paz y armonía, necesitamos notar lo que realmente nos caracteriza y es ahí donde necesitamos de dos valores fundamentales: respeto y tolerancia.
El respeto es un elemento esencial del amor. El que ama y busca la bondad, respeta al prójimo, lo considera igual a él y busca su paz, su felicidad. Como es evidente, esto implica conocer al otro; darse el tiempo para escuchar y tener empatía.
Aceptar a la persona tal como es, viendo principalmente aquello que lo caracteriza y lo valioso y único que es, es un paso necesario para respetar a los demás.
Propuesta impostergable
Actitud ciudadana. Los tiempos que vivimos nos obligan a reflexionar: ¿Cómo está mi respeto y tolerancia hacia los demás? ¿Lo reflejo en mi actuar y pensar?
Convocatoria. Todos debemos trabajar juntos para salir adelante, protegernos, cuidarnos y producir para beneficio de todos. Y estos valores son indispensables para poder crear unidad.
Es necesario enseñar a las nuevas generaciones qué significa ser respetuosos y tolerantes. Somos un pueblo noble y sí es posible cultivar estos valores en nuestro país.
El respeto es parte de la dignidad humana. Dios ha infundido la necesidad de amar y ser amados en cada uno de nosotros. Esta necesidad es parte integral de nosotros y es lo que nos dignifica. Por tanto, respetar a las demás personas es reconocer que esa otra persona es digna e igual a mi persona.
Por ejemplo: Los buenos padres seguro pueden notar las diferencias entre sus hijos, incluso en aquellos que son gemelos. Pueden notar sus gustos, caracteres, formas de pensar y reaccionar distintos en sus hijos. ¿Por qué? Porque los conocen. Y también pueden apreciar las cualidades de cada uno, así como sus dificultades y defectos. Cada una de esas características propias aporta algo a la familia. Esa individualidad en cada uno, al mismo tiempo es parte de esa íntima comunidad llamada familia y cada uno aporta algo hermoso a dicha familia y la mantiene en unidad y armonía.
Pero surge la pregunta: ¿Qué hacemos con los defectos y dificultades de cada uno? ¿Cómo lidiar con ellos? El respeto implica poner en práctica otras virtudes: la templanza, prudencia, magnanimidad y misericordia. Es por esto que, al ser respetuosos, en cuanto aquello que nos molesta o hiere, crecemos en virtud.
Ser tolerante es aceptar que hay otras personas diferentes a mí y que esa diversidad es buena, ya que nos complementa y nos ayuda a crecer en virtud. Esto es, ser tolerante no significa anular la individualidad del otro y pretender que sea igual a mí. Pero tampoco significa que uno tiene que aceptar el criterio del otro y adoptar la ideas y comportamientos de los demás.
Para ser respetuoso y tolerante no es necesario adherirse a la opinión del otro. Esa tolerancia de lo que es contrario a mi parecer no necesita ser una sumisión o convalidación de lo que se considera erróneo o inadecuado, pero aceptar el punto de vista del otro es un acto de tolerancia.
¡Por Panamá, Juntos lo Lograremos!