En el pensamiento bíblico, no es sabio el erudito sino quien conoce el camino de la bondad y trata de seguirlo. Quien escucha y cumple la palabra de Dios.
José-Román Flecha Andrés
“Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y a tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza”. Esa confesión del autor del libro de la Sabiduría debería iluminar nuestras decisiones, (Sab 7,7.11).
Se dice en el mismo texto, que la sabiduría es más preciosa que el oro y la plata. Pero no debemos engañarnos. La sabiduría verdadera no consiste en manejar muchos datos. En el pensamiento bíblico, no es sabio el erudito sino quien conoce el camino de la bondad y trata de seguirlo. Quien escucha y cumple la palabra de Dios.
Con qué razón el salmo responsorial nos invita a repetir hoy esta súplica: “Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres”, (Sal 89).
A la palabra de Dios se refiere también la carta a los Hebreos. De ella se dice que es “viva y eficaz”, tanto que “juzga los deseos del corazón”, es decir los somete a crítica y evaluación, (Heb 4,12-13).
EL BUEN CAMINO
El evangelio que hoy se proclama recuerda a “uno” que le pregunta a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, (Mc 10,17-30). Jesús dijo a la Samaritana que el agua que él da salta hasta la vida eterna, (Jn 4,14). Y tras la distribución de los panes, afirmó que el pan que él nos entrega nos da la vida eterna, (Jn 6,54).
No sabemos quién era aquel hombre que aspiraba a una vida eterna. Según el texto, su vida ya era buena, tanto en lo económico como en el aspecto moral. Parece que era sincero y sanamente insatisfecho. Aspiraba a conseguir la vida eterna. Y había llegado a pensar que Jesús era el guía apropiado para alcanzarla.
En la respuesta que Jesús le ofrece hay una primera parte que lo remite a lo mejor de las tradiciones de su pueblo: los mandamientos que se vinculaban a la tradición de Moisés. Aquel buscador del bien y de la vida los conocía y los había cumplido desde pequeño. Parecía estar ya en el buen camino. Así que Jesús lo mira con cariño.
LIBRES Y GENEROSOS
Sin embargo, tras esa mirada cariñosa, Jesús le dirige una orientación totalmente necesaria: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”.
- “Vende todo lo que tienes”. Como aquel hombre rico, nosotros ponemos nuestra confianza en los bienes que deseamos. Pero el ser es mucho más importante que el tener. Las cosas efímeras y caducas de ninguna manera pueden equivaler a la vida eterna.
- “Da el dinero a los pobres”. Es verdad que Dios es el dueño de todo lo que existe. Pero nos ha confiado los bienes de la tierra y espera que los compartamos con responsabilidad entre sus hijos más pobres, que son nuestros hermanos.
- “Sígueme”. Los primeros discípulos oyeron esa invitación y la aceptaron. Sin embargo, en el mundo de hoy muchos piensan que seguir a Jesús les arrebata su libertad y hasta su dignidad. No es cierto. Seguir a este Maestro nos hace grandes y nobles.
Señor Jesús, todos nos identificamos con la persona a la que seguimos y con los bienes que buscamos. Tú sabes que nos fascina el brillo de las riquezas. Haznos libres y generosos para compartir nuestros bienes con los pobres, con los que tú te identificas. Amén.