La pandemia nos ha obligado a cerrar las puertas de templos, salones parroquiales y lugares de retiro, y al mismo tiempo empujó a los fieles a las salidas, a las calles, a los cruces de camino, ahí donde el Pueblo de Dios vive su día a día y en muchas ocasiones se encontró solo. Las nuevas tecnologías ayudaron de muchas maneras a acortar distancias, pero eso no siempre basta. La gran cantidad de necesidades han hecho que la Iglesia se lance a un trabajo en exteriores quehace mucho no ocurría.
Es incómodo para muchos sin duda, pero es lo que el Señor nos pide en estos tiempos. Una Iglesia que se incomoda para dar comodidad y acompañamiento a otros. Servidores que están en la vera del camino siempre atentos como buenos samaritanos para levantar a los caídos.
Una fe de rodillas es también una fe de pie, caminante, sin pausas ni comodidades. Es la que de verdad transforma.
Vamos a volver a los templos muy seguramente, pero ya no lo haremos como otrora, cuando para muchos era la única actividad válida. La Iglesia post pandemia será más de puertas hacia afuera, de entrega, de solidaridad y acompañamiento.
Cristo no supo hacerlo de otra forma. Los apóstoles igual. Esa fue la impronta que dejaron a las primeras comunidades, quienes vivieron una fe de hechos. De dolor, sí, pero también de realización plena.
Eso es lo que se pide en estos tiempos que corren. No evitar la cruz, el sudor, la falta de sueño y los inconvenientes.
Quien piensa vivir una fe sin altibajos, no está en sintonía con la Iglesia que Cristo fundó, a la que puso el ejemplo del calvario como único camino para la salvación.
Beber el cáliz no es solo una frase bonita. Es un credo que nos toca vivir.
¡Ánimo!