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Si vas a divertirte… cuida tu cuerpo y tu alma

Si vas a divertirte… cuida tu cuerpo y tu alma

Panamá se prepara para celebrar sus famosos carnavales, en los que la palabra “desenfreno” se confunde con “diversión”.

En este contexto, vale la pena recordar que el cristiano vive siempre de fiesta, su ser no está reñido ella, pero ¿qué es fiesta?… Viene de festejo, de alegrarse, porque somos hijos de Dios.

El padre Faustino Hernández Peñalba, de la parroquia Vírgen del Carmen de Juan Díaz, explica que “hay en nosotros una filiación divina gratuita, somos hermanos, Dios es nuestro padre y nos ama. Debemos mantener esto presente y vivo, pues produce en nosotros mucha alegría o felicidad, que no es lo mismo que placer, términos distintos que expresan realidades diferentes”. 

Esta idea debe ayudarnos a tener presente que salir al carnaval no significa tener pasaporte para el desenfreno; que se puede uno divertir, sin ignorar los valores inculcados en el hogar. Si los padres no están presentes, debemos tener criterio y tomar decisiones correctas que no afecten nuestra integridad como personas.

Pero…¿qué sucede en Carnaval?

Hay un engaño cuando se dice ¡diviértete!… se ha hecho pensar que diversión es lo mismo que dejar correr las pasiones sin que las guíe la razón, terminando en perversión, tomar sin control, relaciones sexuales irresponsables y desordenadas, drogas , peleas, infidelidades: todas estas acciones que nos disminuyen como personas. 

El padre Hernández lo resumen así: “donde no hay control o dominio de sí, no hay diversión sino perversión. En la diversión, el alma sale robusta. En la perversión el alma se debilita y enferma. Desde la fe se puede divertir con los amigos (as), nosotros mismos producir la diversión, no consumir la diversión. La verdadera diversión no se compra, se alcanza, con esfuerzo y limpieza de corazón, entrega generosa a nuestros deberes diarios. La diversión no es de momentos, es más bien cotidiana, esto no quiere decir que no se pueda dedicar unos momentos exclusivos a ella”. Recordemos que el alma y el cuerpo son dones que Dios nos ha dado y tienen un valor

supremo, que en todo tiempo hay que cuidarlo evitando el pecado, que es el verdadero mal entendido como todo aquello que hace daño al ser humano y por tanto ofende a Dios, que es nuestro Padre y quiere nuestro bien.