Simón de Cirene: camino del Calvario

Simón de Cirene: camino del Calvario

Un desconocido fue obligado a cargar con la cruz, sin duda ante el agotamiento físico de Jesús de Nazaret. Simón de Cirene caminó junto a Jesús y pudo contemplar a la vez sus sufrimientos.

P. Miguel A. Keller, osa

 “Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz”, (Mc 15,21). Así de escuetamente menciona el evangelista Marcos el hecho, recordado en el Vía crucis, de que camino al Calvario un desconocido fue obligado a cargar con la cruz, sin duda ante el agotamiento físico de Jesús de Nazaret.

¿Qué hacía este forastero de Cirene (norte de África) en Jerusalén ese día? Probablemente, como muchos otros judíos piadosos de la diáspora (que no vivían en Palestina) había viajado para celebrar la Pascua en Jerusalén, y al llegar se encontró con el desagradable espectáculo de un condenado camino del patíbulo, para sufrir la peor muerte, reservada a esclavos y asesinos: la tortura de la cruz. Quizás oyó comentar a alguien que era un rabí de Galilea, pero él solamente vio a un pobre hombre maltratado y humillado, con una extraña y punzante corona que le cubría de sangre el rostro.

La sobria narración de Marcos no da más detalles. Podemos imaginar que Simón lamentó su mala suerte, pero no tuvo más remedio que obedecer a los soldados y cargar la pesada cruz. Así caminó junto a Jesús y pudo contemplar a la vez sus sufrimientos. Y no es de extrañar que esa experiencia fuera calando en su interior. Jesús sufría de un modo distinto, que impresionó a Simón por su serenidad y su mansedumbre, reaccionando de forma inaudita ante las torturas y las humillaciones. Poco a poco, este forastero fue olvidándose del peso del madero y de las burlas de quienes veían el espectáculo al borde del camino, para centrar su atención con asombro en ese al que despectivamente llamaban “el rey de los judíos”.

Lo que para Simón supuso al principio una fatalidad se convirtió en una bendición.

Sin duda presenció la crucifixión y muerte de Jesús, y oyó el comentario del centurión romano: “al ver cómo había expirado dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, (Mc15,39). A una conclusión semejante llegó este judío de Cirene. Cargando con la cruz de Jesús, de manera fortuita y a la fuerza, llegó a encontrarse con él y a creer en él con todo su corazón.

No sabemos nada más sobre el “Cireneo”, pero hay un dato importante que Marcos señala casi de pasada: era “el padre de Alejandro y de Rufo”. Esto quiere decir que los cristianos de Roma, destinatarios del evangelio de Marcos, los conocían. Y el apóstol Pablo, en su carta a los mismos cristianos de Roma, envía saludos “a Rufo, elegido en el Señor, y a su madre, que es también madre mía”, (Rom 16,13). En todo el Nuevo Testamento, solamente en estos dos textos se menciona a un Rufo. Quiere decir que, para los cristianos de Roma, Simón de Cirene no es un personaje lejano y desconocido, sino alguien muy presente y querido. Probablemente él ya no vive, pero su familia está presente y activa en la comunidad de Roma, entre los “elegidos en el Señor”, como el mismo Simón Cireneo.

De la figura del Cireneo podemos aprender varias cosas importantes. En primer lugar, que Dios llama como quiere y cuando menos lo esperamos. Lo que para Simón supuso al principio una fatalidad se convirtió en una bendición duradera para él y para toda su familia: su mujer y sus hijos. Gracias a su fe y a su encuentro con Jesús, camino del Calvario, recibieron ellos el tesoro más grande, la vida de los hijos de Dios en la comunidad cristiana.

Al ayudar a aquel condenado sufriente, encontró Simón de Cirene la fuente de la vida eterna. Por eso también podemos aprender de él que estamos llamados hoy a asumir las cargas de los hermanos de Jesús: “Cada vez que lo hicieron Ustedes con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”, (Mt 25,40). Una vocación de entrega y servicio a los pobres y sufrientes, al lado de Jesús en el camino de la cruz, básica en la cuaresma y en toda la espiritualidad cristiana.