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Un servicio social basado en el amor, la conexión y confianza mutua

Un servicio social basado en el amor,  la conexión y confianza mutua

Estudiantes, cuyos colegios pertenecen a congregaciones y órdenes religiosas, se abren a los más necesitados en un contexto que da rostro y manos al Evangelio. En esa premisa se basan los servicios sociales que ellos prestan en comunidades lejanas, haciéndose parte de ellas.

 

Por Elizabeth Muñoz de Lao

Según el Resuelto 13 de 10 de enero de 2007, todos los colegios públicos y particulares, tienen la responsabilidad de llevar a cabo el Servicio Social, que es una actividad humanitaria cuya finalidad es concienciar y sensibilizar al estudiante de Educación Media General a ponerse en contacto con la realidad social, como aprendizaje a favor de las personas necesitadas, creando una conciencia social de manera desinteresada.

Sin embargo, 36 años antes, colegios católicos ya tenían por norma esta práctica cristiana.

Los estudiantes son ayudantes de los maestros de obra.

El primero fue el Colegio Javier, cuyo Servicio Social Javeriano se dio en 1971. Desde entonces, se ha convertido en el símbolo de la preparación en valores de sus estudiantes, expresó el sacerdote jesuita y rector del colegio, Eduardo Valdez, en un artículo de opinión publicado con motivo del 50 aniversario de este servicio.

“Es el colofón de toda una formación, que comienza en la escuela infantil (3-5 años), y que culmina previo a cursar su último año de bachillerato”, destacó.

Durante 28 días, divididos por grupos, los jóvenes conviven en una comunidad campesina donde se colabora en la construcción de capillas, comedores, salones multiusos, letrinas, entre otras labores, en las que suelen trabajar con delegados de la palabra y/o asociaciones comunales.

Esto permite a los estudiantes, pero también a la comunidad educativa del colegio, vivir el espíritu de las Preferencias Apostólicas Universales de la Compañía de Jesús, en un contexto que da rostro y manos al Evangelio. Los jóvenes se abren a otros jóvenes y a personas necesitadas, en un entorno donde el cuidado del medio ambiente es primordial, explicó.

Previo a su servicio social, se les brindan cursos de primeros auxilios, de liderazgo, de todo aquello que les ayude a consolidarse como grupo de trabajo. Antes de salir a los campamentos, se tiene una misa de envío en la que participan los jóvenes y sus familiares.

Para la mayoría de estos estudiantes, el servicio social es punto de referencia del colegio. “En estos años transcurridos hemos podido sopesar cuánto realmente nuestros jóvenes están haciendo un camino para ser competentes, conscientes, compasivos y comprometidos”, recalcó el sacerdote.

 

Esperanza y realismo humano

“En el servicio social, a los jóvenes les impresiona la fe sencilla y profunda de los delegados de la palabra y la comunidad. Se sienten conmovidos con la realidad que viven las personas de cada lugar. Ven su pobreza económica y la riqueza de solidaridad, sus dificultades, incluso para sobrevivir, y su generosidad al compartir, sus rivalidades, fragilidades y resignaciones ante situaciones que viven y su capacidad de esperanza, de realismo humano y de confianza en Dios. Es unir su formación ignaciana con esta realidad que palpan y viven a través del cariño y cercanía con estas personas”, destacó.

“Nuestros jóvenes son citadinos y pocos tienen una experiencia con la naturaleza. El estar en lugares donde no hay luz eléctrica, de dificultad para llegar, casas esparcidas entre los campos y las montañas, les ofrece un nuevo modo de mirar el cielo, los árboles, los animales y el modo de ser que tienen los campesinos”, sostuvo.

 

Experiencia que marca

La conversión de estos jóvenes tiene un elemento especial: vienen de familias cristianas; el Servicio Social Javeriano es para ellos un momento en que la parte afectiva de su fe se ve conmovida por la realidad y los rostros concretos de las personas que empiezan a estimar y darles su puesto en la dignidad de personas humanas. El recuerdo y la presencia de esa experiencia es difícil de medir en el peso de sus decisiones, pero sí conservan esa chispa para ayudar a otras personas y no evadir la realidad.

 

En el San Agustín de La Chorrera, trabajan padres de familia y estudiantes para recaudar fondos.

El servicio en el San Agustín de La Chorrera

En el colegio San Agustín, de La Chorrera, regido por la Orden San Agustín, se realiza también el servicio social mediante un proceso que abarca el onceavo y doceavo grado, en el que los estudiantes se organizan, mediante la convivencia, formación de grupos y trabajo en equipo, para recaudar fondos que les permitan ir a las comunidades a ejercer su labor social.

Según el padre Ángel Luis Quintero Sánchez, director del colegio, la finalidad es que los jóvenes que egresarán de las aulas se percaten de las necesidades sociales de los más desfavorecidos del país y que tengan contacto directo con esas poblaciones. Esto lo hacen los tres colegios agustinianos: el San Agustín de La Chorrera, el de Penonomé y el de David.

Ese servicio lo realizan en las comunidades campesinas e indígenas de la Comarca Ngäbe Buglé durante 15 días, en los que los estudiantes conviven con la comunidad y se hacen parte de ella.

Generalmente, los jóvenes ayudan a construir y mejorar capillas, escuelas, centros de salud y cercas, mientras dedican tiempo a dictar charlas para niños y adultos, en las que se incluyen temas de higiene y de costumbres, así como de catequesis y valores, explicó el sacerdote.

La labor se lleva a cabo en diciembre, por lo que el tema religioso-festivo está presente mediante el compartir, pertenecer y el encuentro de culturas. Todo el colegio se involucra para entregar regalos a los miembros de la comunidad.

Conscientes de que esta es una experiencia única e irrepetible para cada estudiante y que los marca para siempre, los padres de familia se involucran en la recolección de fondos. Al inicio del año lectivo se deposita una cuota inicial y luego se celebran actividades para tal fin.

De hecho, aseguró, egresados del colegio, dicen sentir que hoy son mejores personas gracias a estas actividades.

La labor puede consistir en la ejecución de cuatro proyectos a la vez, debidamente dirigidos por maestros de obra que son contratados y cuyos ayudantes son los estudiantes.

Los chicos mezclan cemento, pintan, limpian, trasladan materiales, entre otras labores. Otros preparan la comida.

 

Se quedan en casa

Con ellos viajan los profesores y monitores, pero los papás se quedan en casa, pues esta es una experiencia exclusivamente para los estudiantes.

Los padres de familia participan en talleres para que sepan “soltarlos” y no los sobreprotejan.

Normalmente, se muestran aprensivos, pero luego entienden que es un paso que deben dar los hijos para su beneficio y el de los más necesitados, recalcó el padre Ángel.

 

La logística es importante

Hay toda una logística alrededor de una labor social. Es necesario activar medidas de seguridad y movilizar personal del Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc), Policía Nacional y de Salud, a fin de garantizar, por un lado, la tranquilidad de los padres y, por el otro, la seguridad de los jóvenes.

 

Conexión y confianza

La espiritualidad es clave para el acompañamiento, para la cercanía, para la confianza entre dos mundos: el de los estudiantes, acostumbrados a la comodidad de sus hogares, y el de los miembros de la comunidad de acogida, que aprenderán de sus visitantes, recibirán obras construidas por ellos, los acogerán en sus tierras e intercambiarán amor y confianza entre todos.

Es una conexión cargada de lazos de espiritualidad y formación cristiana.

Es una estructura de comunicación y conexión que comienza cada día de labor con una oración, sigue con el trabajo, luego con compartir el pan, el rezo del rosario, la revisión de vida y el retiro a descansar al terminar la jornada, dijo el sacerdote.

Al regresar, son jóvenes nuevos, mejores personas, convencidos de que el amor al prójimo no tiene que ver con economía, sino con amor, espiritualidad y fe.