Una espiritualidad revolucionaria

Una espiritualidad revolucionaria

Adviento es tiempo para abrirnos al Señor, preparar sus caminos y celebrar el nacimiento de quien vino a hacernos todos hermanos, hijos del mismo Padre Dios.

P. Miguel Ángel Keller, osa

Al leer y comentar Fratelli Tutti (FT) ha sorprendido a más de uno que Francisco presente su ideal de un mundo fraterno y abierto a todos usando la expresión “libertad, igualdad, fraternidad”, (FT 103-105). El mismo lema de la Revolución Francesa, que derivó en el reinado del terror y la guillotina. Por supuesto que el Papa no pretende ni aprueba nada semejante, pero sí sueña con una espiritualidad que sea realmente revolucionaria y rescate esos tres valores genuinamente humanos y cristianos, vividos desde el amor y la fraternidad.

LIBERTAD no individualista y egoísta, sino vivida desde la fraternidad. Porque “¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor”, (FT 103). “Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad, pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más”, (FT 109).

“Libertad, igualdad, fraternidad” desde el amor social y el respeto a la dignidad humana.

IGUALDAD que nos haga hermanos, no solamente socios, y que engendre una equidad real en todos los ámbitos. Pues “Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los seres humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad, (FT 104). Frente a las injustas desigualdades y la falta de equidad, es preciso recuperar las actitudes de solidaridad, servicio y capacidad de compartir.

La conclusión lógica es subrayar la función social de la propiedad. Y uno siente vergüenza ajena al escuchar que Francisco es comunista, ignorando la continua proclamación de este principio desde los Padres de la Iglesia a todos los Papas contempóraneos. “En los primeros siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron un sentido universal en su reflexión sobre el destino común de los bienes creados. Esto llevaba a pensar que, si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad, se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume San Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»; o también en palabras de San Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo».

Afirma Francisco: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II, cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes, al contrario, facilitar su realización», como afirmaba San Pablo VI. El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”, (FT 119-120).

FRATERNIDAD, en fin, en vez de individualismo, y desde el amor social y el respeto a la dignidad humana: “Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. … Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad”, (FT 106y 107).

Es esta una buena meditación al comenzar el Adviento para abrirnos al Señor, preparar sus caminos y celebrar el nacimiento de quien vino a hacernos todos hermanos, hijos del mismo Padre Dios.