Desde este momento es necesario comprometernos delante de Dios a generar acciones de gobierno y políticas públicas necesarias para el bienestar de todos los panameños.
Por Monseñor José Domingo Ulloa
En los actuales momentos, en que parecemos tener las manos paralizadas para tener un verdadero encuentro que construya fraternidad; las manos paralizadas para abrazar a los heridos por la soledad y la tristeza; las manos paralizadas para ser solidarios con los que menos tienen, pedimos a Dios que nos sane de esta parálisis. También le pedimos a Dios que nos preserve de las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, las manos sucias de corrupción y coima, y las manos en los bolsillos del egoísmo y la indiferencia.
Sabemos que hay parálisis que no se pueden postergar. Posponerlas, en nombre de un futuro prometedor, generaría consecuencias nefastas e irreversibles en la vida de las personas y, por ende, de toda la sociedad. Es un precio demasiado alto que no nos podemos permitir: la malnutrición en la primera infancia; la falta de escolarización y acceso a los servicios de salud; los ancianos y jubilados incapaces de sostenerse con un mínimo de dignidad, son ejemplos de urgencias impostergables.
No es un detalle menor la descripción de los sentimientos de Jesús ante la dureza de corazón de los fariseos (cf. Mc 3, 5). El Señor tiene una mirada de indignación; está enojado, verdaderamente irritado ante la crueldad de aquellos hombres que no se conmueven frente al sufrimiento del enfermo.
En el contexto actual, con mucha humildad, quisiera pedir a todos que sintamos hoy también sobre nosotros la mirada firme de Jesús, que nos interpela, nos cuestiona y nos alerta sobre nuestra insensibilidad hacia los más desprotegidos. Nos reclama mayor compromiso y cercanía con los que sufren.
Que cada uno de nosotros, y todos a la vez, desde la responsabilidad que tenemos en la comunidad, en la sociedad, nos dejemos mirar por Dios, dejándonos cuestionar por nuestra conciencia. Preguntémonos: en estos tiempos tan difíciles, ¿qué estoy haciendo por los más pobres? Es fácil reclamar a otros que se comprometan, pero yo, ¿qué hago? ¿Podremos responder a esa pregunta sin echar culpas a los otros, desde la responsabilidad del rol de hermano, cristiano y ciudadano, incluso realizando una autocrítica madura que nuestro pueblo tanto necesita escuchar?
Nuestra gente está haciendo un gran esfuerzo, y no podemos “hacernos los tontos”. Hay que acompañar ese esfuerzo con hechos, no solo con palabras. Por eso siguen doliendo algunas acciones de las dirigencias políticas, sociales, sindicales y religiosas, divorciadas de la ciudadanía común.
El pasado nos enseña que todo lo que amamos puede ser destruido por la instrumentalización y el odio, ya que priva al cuerpo social de las defensas naturales contra la desintegración y la fragmentación social. Es un rédito instantáneo para los saqueadores de turno y una incapacidad presente para pensarnos como Nación. Pocas cosas corrompen y socavan más a un pueblo que el hábito de odiar.
Desde ahora hagamos un compromiso ante Dios, para generar todas las acciones de gobierno y políticas públicas necesarias para que la acción de gracias de hoy, 3 de noviembre de 2024, no quede encerrada en la catedral ni congelada en este día, sino que continúe en las calles y en la vida de todos los panameños.
Que todos se descubran sanados en su dignidad, dignificados en su trabajo, esperanzados en el futuro de sus hijos y nietos, hermanados en la tan ansiada unidad nacional, reconstruyendo la Patria, nuestro Panamá, que tanto amamos y que, al mismo tiempo, tanto nos duele.