Durante cincuenta días, en los que se cuentan los siete domingos de Pascua, los cristianos tenemos la gran oportunidad de celebrar la principal fiesta de la Iglesia Católica, que es la Resurrección de Jesucristo.
Por Mons. José Domingo Ulloa M.
En esta cincuentena Pascual, la liturgia nos profundiza en la celebración de la resurrección de Jesucristo y del Espíritu Santo, donación de la promesa del Padre. La Iglesia renace en esperanza, se goza porque el Señor se ha constituido Rey del universo y cabeza de la humanidad.
Los cristianos, en este tiempo pascual, estamos llamados a profundizar en nuestro compromiso bautismal, invocando la acción del Espíritu Santo, para que seamos testigos creíbles de la Resurrección en el mundo, en los ambientes en que nos relacionamos.
Debemos vivir este periodo como auténticos resucitados en el Señor.
En medio de las dificultades, Jesús con su resurrección nos dice no teman les traigo la paz, una paz que permanece; y el Padre nos dona el Espíritu Santo, como compañero de camino, con sus siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
“Esta cincuentena, que celebramos hasta Pentecostés, es tiempo de alegría y de banquete (sin ayunos), al que se asiste de pie (no de rodillas), en el que se canta el aleluya y en el que la comunidad se reconoce como misterio de comunión fraternal, realizada por el Espíritu de Jesús en forma de koinonia”.
El don de la fe en Cristo resucitado, nos impulsa experimentar las pruebas de la vida con esperanza, con amor y confianza, lo que va dando alegría a nuestra existencia a pesar de las tinieblas en que nos encontremos. Cristo es la luz que alumbra nuestros senderos y sabemos que nuestro gozo será completo cuando se manifieste la gloria de los hijos de Dios en la casa del Padre.
Vivamos como Resucitados, para ser hombres y mujeres nuevos, capaces de hacer todo nuevo para una familia, una sociedad y un mundo mejor.
