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Volver a la fe del niño

Volver a la fe del niño

La belleza de la fe también se encuentra en esos momentos donde la duda nos atormenta y cuando las razones para creer que Dios nos escucha se vuelven invisibles a nuestros ojos.

Jesús me llamó a seguirle desde pequeño, tuve el privilegio de ser acólito desde los 8 años edad. Era decidido y emocionado por las cosas de la Iglesia.

Pero Él me llamaba porque quería comenzar a preparar y moldear mi corazón sin que yo lo entendiera.

Al poco tiempo de haber comenzado ese camino, pasó lo que muchos niños consideran el fin de su mundo. La separación de mamá y papá. ¿Qué difícil, no? Pero que fuerte era la fe de aquel niño que, creyendo firmemente que servía al Rey de Reyes, al ver ese pedazo de pan elevarse para convertirse en el Cuerpo del Dios, le pedía que por favor volviese a unir a su familia. Aun así, el propósito de la voluntad sabia y amorosa de Dios era que mi corazón aceptara la belleza de sus designios y de su plan para mi vida, aun sin que yo realmente lo entendiera. Aprendí que a Él no debía entenderlo, sino aceptarlo.

Aprendí a amar a mis padres a pesar de no tener la familia que hubiese deseado tener, comencé a ver a Jesús en ellos. Con el pasar de los años y cuando las pruebas llegaban, cuando la comida faltaba, o el desamor se presentaba, cuando las lágrimas brotaban, incluso allí, el cantarle a Dios se volvió una forma de reavivar el alma.

No es que todo se vuelva sencillo por decidir creer, sino que el decidir creer nos permite ver la belleza del amor de Dios a pesar de las circunstancias.