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Cuaresma, un tiempo para reencontrarnos con el Amor

Cuaresma, un tiempo para  reencontrarnos con el Amor

La cuaresma es el período litúrgico de 40 días, que inicia con el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo, y en el que la iglesia nos invita a prepararnos y hacer el itinerario de Jesús y con Jesús, que nos permita encontrarnos y valorar una vez más, la experiencia salvífica de la que Él, por puro amor, nos hizo partícipe. 

Con el signo de la cruz en su frente, los católicos iniciaron, el Miércoles de Ceniza, con el rito “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”, recitado por el sacerdote, el camino de preparación hacia la Semana Santa. Es un tiempo de gracia, de invitación a la conversión y arrepentimiento ante Dios, que reconociendo nuestra fragilidad humana, nos ofrece siempre la posibilidad de recomenzar como creaturas nuevas. 

En su mensaje para la Cuaresma de 2013, el Papa Benedicto XVI, se refería a las dos virtudes teologales: fe y caridad, señalan- do que: “Partiendo de la afirmación funda- mental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). 

Y agregaba: “El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor”. A esto nos llama la Cuaresma, a experimentar este encuentro de salvación. 

El Papa Francisco, en su Mensaje de Cuaresma 2019, hace un llamado “precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”. 

Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. La Cuaresma, dijo el Papa Francisco, es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna. 

Chiara Lubich, presidente del Movimiento de los Focolares, en febrero de 

1995, recordaba la forma particular vivir la penitencia a la que la Iglesia nos invita en la Cuaresma. “Demos más importancia a nuestra forma de penitencia, que es amar al prójimo, hacerse uno, llevar los pesos del otro y ser los primeros en amar. Cuando Jesús explica qué debe hacer el hombre para seguirlo, dice: “Renuncia a ti mismo”, porque en todos vive, a menudo, el hombre viejo. Es necesario renunciar y dejar vivir al hombre nuevo. Pero luego añade: “Tome su cruz”. Por lo tanto, hay que to- mar la cruz, la “propia” cruz. Cada hombre posee “su” cruz preparada, a medida, por el amor de Dios, según los hombros de cada uno. Cargándola, cada día, podremos contarnos entre los seguidores de Jesús. De lo contrario para nosotros esta aventura se acabó. 

Dios, entonces, no nos pide un martirio cruento, no debemos tanto flagelarnos, llevar el cilicio… sino recibir en nuestro corazón al hermano o a los hermanos con todas sus penas, su aridez, sus pruebas… y hacer de todo para devolverles la paz, la confianza, el amor, el ardor.